En un frustrado proyecto de fanzine (se barajaban los nombres “Turbia”, “Raymond”, “Sonia Sojo –o Soho-”, “La escopeta de Barreda”, “Barreda light”) ideado junto a Joaquín Linne durante el último caluroso verano en que él y yo limpiamos piletas en countries de Don Torcuato, él pasaba el barrefondo y yo decía puede ser algo temático, cada número un tema, o yo armaba la bomba y él decía que haya cuentos, falta una revista de cuentos, una Newyorker pero de acá, o se le ocurría hacer algo como lo de “La mujer de mi vida” pero diferente, o discutíamos si era preferible un formato desprolijo a uno clásico, un “Marta vive” a un “Música rara”, un “Ricardito” a un “Lucas ayer”, no hablábamos mucho más que de eso porque cuando uno limpia piletas no hay mucho que decir, a lo sumo allá quedó una hoja, hay que cepillar esa mancha, se tapó la bomba, el alargue no anda, asomó la idea de un número titulado “minimelo”, ya ven que ni siquiera habíamos empezado y la cosa crecía como los tornados de Twister o el hambre del señor Lecter, donde se publicarían textos que en tres o cuatro líneas contuvieran melodramas completos.
Pero no se hizo. Una tarde, sin embargo, vino a casa G, un verdadero wild-punkie que por ese tiempo escribía en una página porno donde sus lectores, que lo acusaban de pedófilo, solían censurarle los relatos, y me dijo que las peleas con su novia, que vivía con él, estaban convirtiendo la relación en un infierno, lo dijo así, “en un infierno”, sin subir ni bajar el tono de voz, poseído por una ameba o por el adolescente consumidor de porro que él había sido alguna vez. Y en ese momento recordé lo de los minimelos y pensé en la posibilidad de construir melodramas no breves sino sin énfasis, y se lo dije. ¿Vos no leíste “La celosía”?, preguntó, Robbe Grillet, la segunda o la tercera novela, no me acuerdo. Y pensé que sí, que eso podía ser; pero en esa novela la tensión, si bien no se ve, está latente, y yo apuntaba más a un partido de fútbol lleno de infracciones y goles pero sin un solo reclamo, a un “Johnny Guitar” que transcurriera en una especie de road-movie a lo largo del desierto, lleno de apaches fláccidos, indolentes bandidos, y sin guitarra. O con guitarra, pero que la guitarra estuviera siempre en su estuche, que nadie la tocara pero que sí se escucharan, todo el tiempo, acordes y notas sueltas. No nos pusimos de acuerdo. Él dijo que algunos cuentos de Carver son melodramáticos, que todo el minimalismo es una forma de evitar el melodrama pero que el melodrama siempre está, y que ahí estaba lo que yo quería y que todo lo demás que yo pudiera pensar al respecto era otra cosa, otro ítem (lo dijo así: “ítem”) de las futuras enciclopedias literarias. Pero para mí tenía que haber algo más, o algo menos, no sabría cómo explicarlo. Lo cierto es que al final G se fue y me dijo que iba a probar, que con probar no se perdía nada y que después podía mostrarme lo que había hecho para ver qué me parecía. Así que al cabo de dos o tres semanas me envió un mail pidiendo disculpas, que sus problemas de pareja no sólo eran enormes (dijo también que todas las noches soñaba con una draga que socavaba el fondo de un río de llanura hasta llegar al centro de la tierra, de donde no salía el fuego sanador sino más agua y más barro y entonces había que dragar el río otra vez), y adjuntó esos relatos que le habían censurado en esa página porno. Y sí, algo de lo que habíamos hablado estaba presente, brillaba, los excesos no eran melodramáticos sino de otra índole, pero remitían a un gran melodrama, a una inmensa historia de amor que hervía bajo la superficie; como en esa porno, “Galgos y conejas”: nadie lo sabe, quién va a leer los créditos de una porno, pero los protagonistas tienen diversos grados de parentesco y la película es, en realidad, el lugar adonde todos llegan para dirimir sus diferencias. Yo, aquel día, estaba emocionado, los relatos de G temblaban en mis manos. Esto puede ser, me repetía una y otra vez y pensaba ahora en las posibilidades para una no-ficción melodramática que a la vez pudiera incluir muchos otros géneros, como el porno en “Galgos y conejas” o, yendo a los clásicos, el terror en “Rebecca”. Pero pasó el tiempo, también mis relaciones afectivas eran por entonces un infierno, y creo que G se mudó, y como yo también me mudé no hubo más intercambios. Todo quedó en la nada.
lunes
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3 comentarios:
melodrama, folletin...como estamos, eh.
Igual, la vida de Felix resulta entrenida, pero lo que piensa me hace pensar que es un pibe que está medio tocado.
Ya es hora de que el fanzine resucite y el barredismo se proponga seriamente la toma del poder
buen comienzo, aunque despuès cae un poco, me pa'. deberìas haberte quedado con el primer personaje, joaquìn linne, que sonaba interesante, què era tu ayudante piletero, no?
el borracho de la esquina
ex piletero
ex tirador de nombres de fanzines
ex tirador làser
ex adicto a pussy.org
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