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jueves

El asesino de chanchos y la Habana Maravillosa conviven en el clamor del viejo continente

Insaciables, brutales, agudos y talentosos a la vez, los autores de los últimos títulos de la colección Narrativa Breve que hácense llamar Hernan Vanoli y Luciano Lamberti no se conforman con las geniales reseñas que han provocado el estertor de los críticos locales.
Ahora recorren el camino inverso a Don Cristobal Colón y seducen con sus libros a los descendientes de nuestros antiguos colonos.

Y el crítico Antonio Jimenez Morato coloca a sus cuentos, entonces, en la publicación Hermano Cerdo, como de lo mejor mejor del año literario que pasó:

"No paro de escuchar, año tras año, voces que hablan de la salud del cuento en España. Pero, año tras año, se cierra el ejercicio sin que un sólo libro de cuentos publicado en España me haya conquistado. Es un misterio que demuestra que, hasta en los ámbitos minoritarios y acotados, el marketing -en su versión más burda y chabacana, claro- se ha apoderado del espacio literario. Y, sin embargo, este año he leído tres libros de cuentos estupendos publicados en Argentina. Se trata de La hora de los monos de Federico Falco (Emecé), Varadero y Habana maravillosa de Hernán Vanoli (Tamarisco) y El asesino de chanchos de Luciano Lamberti (Tamarisco). No creo que sea casual el hecho de que Falco y Lamberti sean amigos íntimos, o que Vanoli, en su condición de editor de Tamarisco, haya tendido la mano al libro de Lamberti. Quiere decir que en Argentina, por lo que demuestran estos tres libros, hasta los escritores más jóvenes saben armar un libro de cuentos (gran carencia de los cuentistas en España) y los editores saben reconocer ese trabajo. Es injusto mencionar los tres libros así, como si fueran uno solo, pero no quiero extenderme más de lo necesario."ç
(comparten el podio con el glorioso Federico Falco, ¿se han dado cuenta? Vale aclarar el honor)

domingo

DOS DE TRES

"De hecho, no son pocos los que creen que tres de los mejores libros de nueva narrativa aparecidos en los últimos años fueron de relatos: 76, de Félix Bruzzone, La hora de los monos, de Falco, y El asesino de chanchos, de Luciano Lamberti."


La nuevamente innombrada (¿innombrable?) Editorial Tamarisco se enorgullece de que no sean pocos los que crean estas cosas que se dicen, más completas, acá: http://www.perfil.com/contenidos/2010/11/06/noticia_0004.html

martes

El Asesino de Chanchos en Perfil


Lamberti leído y elogiado aquí y allá. Sigue la cosecha tamarisqueña. Acá, la mirada de Maxi Tomas:


Algo está pasando en Córdoba. Primero fue la aparición de una novela extraña y sofocante como Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, que terminó finalista del premio Anagrama en 2008 y sorprendió a todo el mundo (salvo, claro, a algunos narradores cordobeses). Más cerca en el tiempo, la publicación del notable La hora de los monos, de Federico Falco (primer paréntesis: alguna vez aseguramos que el libro de relatos de Falco, junto a 76, de Félix Bruzzone (TAMARISCO, 2008), eran las dos colecciones de cuentos más destacables de los últimos años en la Argentina. Falco fue seleccionado hace un par de semanas por la revista Granta como uno de los veinte narradores más promisorios de la literatura latinoamericana actual; Bruzzone acaba de ganar el prestigioso premio literario alemán Anna Seghers, “por sus cuentos densos e irónicos”, según subrayó el jurado). Y, ahora, acaba de editarse otro gran libro de relatos de un joven escritor cordobés: El asesino de chanchos (TAMARISCO, 2010), de Luciano Lamberti (San Francisco, 1978). Busqued, Falco y Lamberti no sólo se conocen entre sí, sino que trabajan un universo narrativo que tiene varios puntos en común. Debido a lo hondo que supo calar una parte de la literatura estadounidense del siglo XX (desde las historias de Flannery O’Connor y John Cheever a los cuentos de Raymond Carver) en ciertos círculos literarios cordobeses, un observador no muy avezado podría tomar a estos tres escritores como una suerte de avanzada de la actualización del realismo norteamericano, algunas décadas después y en la Argentina. Pero precisamente lo más atractivo de la obra de cada uno de ellos es lo que hacen para difuminar, para agrietar los límites de representación impuestos por una corriente que parecía agotada hacía muchos años.

Con apenas nueve cuentos en menos de cien páginas (cinco de ellos, “El asesino de chanchos”, “El arquero”, “Agua viva”, “Monocigótico” y “La tortuga”, de un atractivo indudable), Lamberti abandona el campo de la poesía y debuta en el de la narrativa de la mejor manera posible: ahí están sus personajes, envueltos en penas sentimentales sin remedio, viviendo como parásitos de sus familias disfuncionales, saltando de un trabajo miserable a otro, tomando cerveza en largas y pesadas noches de verano, hablando hasta quedarse sin ideas, ni energías, ni anécdotas, y sabiendo que cuando el sol salga al día siguiente nada habrá cambiado (segundo y último paréntesis: las editoriales independientes que apuestan por dar a conocer a buena parte de estos autores tienen una deuda con los lectores. Ser independientes no los exime de responsabilizarse de las múltiples erratas que un trabajo de edición más atento podría remediar).

Los cuentos de Lamberti tienen algo del mal llamado realismo sucio americano, pero señalar eso es ya un lugar común: de la misma manera podrían ser leídos en relación a los ambientes extraños y oscuros que suelen tener los relatos de Patricia Highsmith. Porque si bien la verosimilitud, uno de los dictados del realismo, es sostenida a lo largo del libro, lo cierto es que las historias de El asesino de chanchos se revelan mejor cuando son vistas desde cierta distancia. Como el espejo que dibuja el sol cuando cae recto sobre el asfalto de la ruta, o como cualquier objeto admirado a través de las llamas del fuego: levemente borroneadas.

Publicado este fin de semana en el diario PERFIL

lunes

Pablo Dema lee "El Asesino de Chanchos"


Hermosa lectura del flamante título de Tamarisco, a cargo de Pablo Dema:

... "En la lógica que dibuja el libro, la estabilidad es sentida como una caída. Dice Mara en “El asesino de chanchos”: “si seguíamos así, cogiendo todo el día y leyendo el diario en la cama, íbamos a terminar comprando un lavarropas o esa clases de cosas”. El sometimiento de la conducta a cualquier clase de normalidad y toda forma de institucionalización de la experiencia es repelida. Pero el margen, la exterioridad con respecto a toda reglamentación social, es una deriva dolorosa. Dije que había pocos pasajes reflexivos en el libro, pero hay uno que es clave: “Después pensé mucho en lo que pasó. Quería buscar algo, un orden, una moraleja, pero por más que daba vueltas no lo podía encontrar”. No hay orden ni moraleja, no hay experiencia que produzca el rédito del aprendizaje. Sin embargo, en este contexto en el que no hay sentido, en el que no hay positividad ni proyectos fuertes, aparece, como una figura paradójica porque proviene del mismo lugar, algo positivo, algo que hacer con la desorientación y la falta de sentido: no negar esa situación, exponerla y, en el mismo gesto, exponerse, escribirla y escribirse, ser por fin algo, ser un escritor, como Luciano Lamberti."

No seas vago, leela completa acá.

jueves

Sin fronteras

Chequeen nuestra sección librerías. Sorpresón. No sólo la Librería Capitulo Dos distribuye a cualquier lugar del país (además de atender en sus coquetisimos locales porteños).
Ahora Tamarisco está en Córdoba y Bahía Blanca. Chequeen aquí, graciosos lectores.
Sin ustedes, no somos más que un arbusto. También itineramos gracias a cincopantalones por todas las FLIAS o Ferias del libro independiente del país.

viernes

LA SIMPLEZA DE LO TERRIBLE


Emanuel Rodríguez leyó El Asesino de Chanchos, flamante libro de Luciano Lamberti:

Una idea vegetal de la historia: como si cada anécdota fuera una rama que lleva a otra rama que lleva a otra rama. En los cuentos de El asesino de chanchos lo que pasa tiene siempre el aspecto cruel y hermoso de esas clases de hiedras que destruyen la superficie por la que crecen, un ser parasitario pero irresistible, que se alimenta de algo que no podemos ver y que no deja de tener la fragilidad de cualquier planta frente al otoño. Una anécdota se entrecruza con otra, conocemos escenas, momentos de definición de personajes que comparten el mismo enfado, la misma resignación ante eso que se sugiere con la simpleza de lo terrible. Alguien se muere, es así de simple. Alguien se acuesta con su medio hermano y una aspirante de actriz, y es así de magnífico y simple. Las cosas simplemente pasan, ocurren, ligadas por un hilo misterioso o una savia cuyos minerales son un asombro apagado, una última energía ante la derrota, una alternativa pasiva ante un mundo demasiado hostil.

El paisaje predominante es cordobés. El noreste, las sierras. Pero no es un paisaje costumbrista, porque cada escenografía está siempre enrarecida, relatada con un halo de misterio que resulta tanto de una obsesión por la brevedad como de un registro de narrador enfadado. En muchas ocasiones da la impresión de que el narrador es como esos chicos enojados que no quieren hablar, que dicen lo justo y necesario para que podamos entender lo terrible de la situación. “Y una madrugada armé una mochila y me fui. No dejé ni siquiera una nota”. O “Cuando estaba llegando a la punta se resbaló y se cayó. Así de simple”. Y de hecho, a pesar de que cuenta escenas sombrías y de que describe personajes sangrientamente marginales, es un libro que remite a la infancia. Porque apela a esa clase de construcción narrativa educada por igual en la leyenda popular y en los primeros tiempos de la televisión por cable. Una búsqueda no del todo resignada de los pequeños héroes y las pequeñas cosas que alguna vez nos dieron algo parecido a la seguridad y la felicidad.

En varios cuentos las estrategia de Lamberti es contar dos historias a partir de un juego de apariencias. Una de esas historias es de amor, la otra, de muerte. No hay personajes en común, aunque siempre un protagonista de la historia A escucha o lee la historia B. Cada fábula que se cuenta parece entonces uno de esos espejos deformados y deformantes de la Casita de Casper, y el lector se ve ante un desafío emocionante: ver qué es lo que reflejan y distorsionan esos espejos. Y hasta puede tratarse de un desafío sentimental, porque cabe la chance de que se trate de algo que nos involucra, una oscuridad que nos reclama.

La tentación de la metáfora aquí es una réplica perfecta de la extrañeza que nos produce la vida, de esa necesidad perpetua de sentido que a veces nos lleva a creer que todo tiene que ver con todo. O que todo es una planta trepadora y nosotros somos hojas. Y lo que se acerca es siempre la estación más seca.

Publicado en La Voz del Interior, suplemento Ciudad X, 1/7/2010


En breve, novedades de la PRESENTACION DEL 8 de JULIO

domingo

TENEMOS NUEVO HITAZO





Nombre: El Asesino de Chanchos

Autor: Luciano Lamberti

Soundtracks: El asesino de chanchos - El arquero - Agua viva - Febrero - El cazador, los galgos, la liebre - Monocigótico - La tortuga - Una casa llena de insectos - Una visita al Señor

Bebida recomendada: Fernet con coca

Procedencia: Córdoba

Calificación: Excelente