viernes

Gatas y patos

Está bien, no será el célebre Galgos y Conejas pero se le acerca. Para más información, dirigirse este martes hacia Alejandría*, en donde la temática del cuento de Budassi y la sutileza expresiva de Bruzzone (apellidos hermanados en la B, sinécdoque de buenos, bonitos, bienpensantes) formarán, en conjunto, un pequeño adelanto de talento narrativo.(¿Alguien osaría, acaso, colgarse un cartelito que diga: "La literatura soy yo"?)
*También leerá Ignacio Molina, autor de Los estantes vacíos, libro de cuentos recién editado por Entropía. Bartolomé Mitre 1525. 20.30 hs.

¡¿Se viene el maracanazen!?

No lo sabemos, no importa. Corazón y pases cortos. Y ante todo, actitud.
Algunas reflexiones propias sobre los anti hinchas en Nación Apache

(Ante la incertidumbre, hay una actitud correcta, y otra que está muy mal)



martes

Me gusta cómo lo dice


"Un poeta no puede leer a otro poeta, ni un novelista a otro novelista sin comparar su propia obra con aquella. A medida que va leyendo, sus opiniones se manifiestan así: ¡Mi Dios!¡Mi bisabuelo!¡Mi Tío!¡Mi enemigo!¡Mi Hermano!¡Mi imbécil hermano!"

W.D. Auden

(cada uno va creando, por supuesto, su colección personal de filiaciones, en términos más o menos soeces)

Pasión de multitudes, de elites y de mimosos de clase media

Los árabes a veces tienen camellos y los camellos comen pasto pixelado cuando los árabes pierden sus partidos. Alguien dijo que comprar una tele de plasma aumenta las posibilidades de incurrir en estafas amorosas y mientras tanto las familias comen maní y el joven futbolista famoso piensa en su familia pero no por mucho tiempo. Hay reuniones y reuniones frente a la tele y las que yo presencio porque ocurren en mi casa me hacen sentir más cómodo. No tiene sentido viajar ni tiene sentido enterarse de los resultados a las once de la noche. Ella a veces cocina pero hoy discute con la cuñada de un amigo que piensa que los equipos de religión musulmana deberían tener directores técnicos que al menos usen bigote. El joven futbolista juega al playstation y siempre elige el auto rojo mientras piensa en las tijeras de su peluquero africano. Hay amigos que se empecinan en adivinar y otros que se emborrachan con la espuma tibia del pragmatismo. Las tradiciones son más importantes que lo que uno cree y una radiografía mal sacada puede volverte inteligente por más que él considere que las últimas vacaciones fueron el inicio de algo. Alguien descorcha y los árabes lloran. No pienso hablar de los equipos africanos ni de esa pareja que no nos llamó más por pura cábala. Ahora vos festejás y yo tengo ganas de abrazarte antes de que te transformes en serpentina o en algo peor. Tu abuela siempre se limpia la boca con servilletas de papel y no está dispuesta a perdonar a nadie. Las familias se ponen a dieta y los amigos sufren hasta el último minuto. El médico nunca va a venir porque si viene vos vas a ser sarcástica. El joven futbolista ríe en la conferencia de prensa y a las reporteras guarras les transpiran los dedos del pie. Las musulmanas usan velos y ella usa una bufanda tejida que le regaló un pariente pobre. Nadie cuelga teles de plasma en las mezquitas y sin embargo tus comentarios pueden sofocar a cualquiera por más que no escuche nada. El peluquero africano tiene amantes ricos y otros no tanto. Los juegos de playstation vienen fallados y los auspiciantes se enojan con las mesas de ping pong que hay en el hotel donde concentra tu equipo. Las parejas no pueden llamar al delivery porque la tinta de sus revistas porno está borrosa. Mis amigos gozan mi imperio de yeso y tu cuñada pregunta por qué los bebés no van al estadio. La enfermedad tampoco viene porque nunca le gustaron las reuniones con snacks.

lunes

Segunda entrega

Para vos, Camile.

- Marta,estoy que no puedo más.
- ¿Pero le dijiste vos?
- Sí, claro.
- Ay, tené cuidado...
- ¿Cuidado con qué?
- Y, es un menor, Delita, mirá si la madre se entera...
- Por favor, es un hombre. Y además no tiene madre.
- ¿Y vos cómo sabés?
- ...
- ¿Qué? ¿te lo contó él?
- No, lo escuché yo misma.
- ¿Cómo?
- Porque un día él estaba acá atrás, en el baldío, viste.
- Ajá...
- Y estaba con los muchachos esos con los que anda siempre, que son unos estúpidos, mirá, yo no sé para qué se junta con ellos...
- Pero dale ¿qué escuchaste?
- Resulta que estaban jugando a la pelota y uno, enojado, le grita: "Ernesto, andate a la puta madre que te parió".
- ¡Delia!
- Bueno, le gritó así. Y muy fuerte se lo gritó. Y entonces él, pobrecito, se puso como loco.
- ¿De verdad?
- Sí, no te imaginás. Empezó a gritarle al otro que su mamá había muerto en el parto y que era un insensible de mierda y que cómo después de tanto tiempo nadie le había dicho nada y qué se yo cuántas cosas más.
- Mirá vos...pobre chico.
- Sí ¿viste? Cada vez que me acuerdo se me hace un nudo en la garganta.

Qué lento se pasa el día. Cómo quisiera que ya fuera de noche y estuvieras conmigo. Sentado en el sillón del living vas a preguntarme cosas y a todo voy a decirte que sí, aunque sepa que no voy a decirte que sí. Para vos todo. Y por ahí, quién te dice, cuando estés contento y agradecido... Podría ser ¿no? Qué sé yo, Dios dirá, yo no pierdo las esperanzas.

Octavio, levantate. Dale, levantate que son las tres y media. A las cuatro te pasa a buscar Tito. Ahí te dejé listo el bolso. La caña está al lado.(...) No. No me dijiste que querías un sandwich.(...) Te digo que no me dijiste, Octavio, y si tanto te molesta hacételo solo y a mí dejame tranquila.(...) Pero andate, quién te necesita. ¿Y? ¿Qué hacés acá todavía?(...) Sí, mejor. Chau. Y cuando decidas volver, llamá antes por teléfono.

Me arreglo para vos. Mirame. Rimel negro en las pestañas. Bien espesas, como a los veinte, cuando no necesitaba maquillaje. Y rubor, mucho rubor para que mis mejillas se iluminen. Así. ¿Te gusta? Pero falta todavía. Delinearme los ojos con lápiz negro para tener una mirada más profunda. En los labios, carmín. Un poquito de sombra verde, esfumo un poquito así, ahí está, para que no quede tan recargado, sabés. Y para terminar, unas gotitas de este perfume tan rico. Acá, atrás de las orejas, en el cuello y detrás de las muñecas. Ahora sí, estoy lista. ¿Qué te parece, mi amor?

viernes

Diario de rodaje -Spike Lee en Argentina

Una vieja crónica publicada, en otra versión, en la revista Haciendo Cine. Data de aquella época en que solía pasar varias horas en un set de filmación.

En la productora preguntan si lo vimos, si lo escuchamos, si tuvimos la suerte de. Algunos responden con cierta naturalidad, pero es obvio que casi todos estamos acá por él: veo, en todos lo rubros, jefes o directores, devenidos asistentes; primeros asistentes devenidos en runners.
No hay guión; sólo un boceto en video y pienso qué desperdicio tenerlo a él para dirigir esto (un simple travelling sobre carteles urbanos que forman la bajada del comercial). En fin, varias locaciones en sólo 3 jornadas, cámara car, pocos actores pero un día 200 extras.
2 AM en la productora, nervios y cansancio antes de filmar; la presión de que todo todo tiene que salir bien y horas después, esquina de tradicional cine porteño, mi equipo y yo llegamos más temprano que la citación hipertemprana (llamados en cadena a las 4.30 am para no quedarnos dormidos). Se arma cámara car (va en todos los planos, ese auto con la cámara montada), sobra el tiempo de set up –o, en idioma local, el armado de decorado, puesta de cámara y luz. Difundimos el primer pedido del director: No se puede hablar por celulares ni fumar a la vista de Spike. Objeciones: "pero si es todo exterior"; sólo puedo decir (y sufrir porque también fumo), "lo pidió el señor Lee".
"Atentos todos que llega". Muerte súbita de cigarrillos contra el asfalto, silencio nunca oído antes de filmar. De un Mercedes emerge él y junto a él El Grandote, dos metros cuadrados de humanidad, "su" 1° Asistente de Dirección yanqui (y por qué no bodyguard encubierto). Su rol: "malo de la película": inmóvil en su silla, repite lo que dice Spike para que nosotros ejecutemos en consecuencia.
Spike –cup de NYU y deportivos colores brasileros- es parco aún cuando habla con los de BMW. "That seems stupid to me", dice de mala gana al ver la ridícula posición de un cinturón de seguridad que impone el cliente en el plano en que un niño mira, cliché de comercial, a través de la ventanilla con dulces ojos esperanzados. Cambia el plano a un primerísimo primer plano. Problema resuelto.
Segunda locación y casi ni se acerca a la cámara; durante el scouting técnico (momento previo a la filmación, donde se decide el lugar exacto de cada puesta) sólo habló de su próxima película con su DF cómplice Matthew Libatique (resonsable de la luz de Réquiem por un sueño); su actitud relajada (¿apenas desinteresada?) no me sorprende. De todas formas, sobre nosotros, la sombra de un detallista director obsesivo observador:"Esa silla de allá es nuestra, ¿no? Se la olvidan."
Avanzadas de locación sin demoras; problema en la batería de la cámara se soluciona con rapidez. Y la velocidad de Spike. La seguridad, la precisión de Spike. Dos tomas y "check the gate", "the gate is good"; y a lo que sigue.
Día 2, 200 extras, Plaza de Mayo cortada en nuestro honor, los fans se agrupan en la Catedral de la célebre Plaza de mayo –el staff argentino no olvida ni deja de comentar los sucesos históricos que acontecieron aquí, los yanquis dicen Evita, nosotros pensamos en Madonna y su película, y en cierta forma les correspondemos. Cada vez más fans y periodistas rodean el límite de las cintas rojas y blancas que delimitan el set.
8 AM. Para nosotros, estrés: los baños no están habilitados: la gente se queja y tiene razón; corremos y maldecimos y por favor que todo se arregle antes de que llegue. Y cuando llega, el alivio de los extras ya cambiados junto del set. Spike se acerca a ver posiciones y nos manda a corregir algunas: arengamos a la gente -que sigue de malhumor y debe actuar una "manifestación pacifista"- pero él quiere verlos aún "más arriba".
Día 3, día sencillo de un rodaje sin sobresaltos. Lluvia helada, dudas, filmamos igual-la producción sigue adicta al weather channel. Chequeo si ya puedo liberar a los extras; Spike pide que invite a las chicas orientales y afroamericanas a la fiesta de fin de rodaje. Último decorado del día: Puente Constitución, él quiere ir al partido de Boca, pregunta si estamos lejos. Cambio de carteles a 6 metros de altura: equipo de arte trabaja sin pausa, el viento no juega a favor. Spike se sienta a observarlos. El utilero pide que nos alejemos, "puede ser peligroso". Tensión, la fragilidad de los carteles como ropa en un cordel. Spike muñeco de cera es el único que queda en esa posición hasta que. Travelling de seguimiento a Spike ¿o cámara baja, plano contraplano como en Do the right thing? (lo inútil de buscar desde el primer día referencias a sus películas en este simple comercial). Carrera hasta escalera sostén de utilero, desde abajo Spike Lee grita feroz: "Esto se hace así, tu sistema es lento"; algún productor ordena:"traigan el (camión) sarcófago, hay que colgar el cartel desde los dos extremos en simultáneo". El utilero se ofende: "Qué se cree, ¿qué somos indios?" El productor argentino contiene a Spike. El Patovica, primer asistente, insiste en el maltrato. Todos los ayudantes de arte y utilería, los de producción y hasta el gordito chofer del camión son un equipo de fútbol dispuesto a cubrir al capitán bajo las órdenes del productor argentino -posición difícil- que calma los ánimos y los convence de que el director –y sobre todo éste director-tiene razón. "¿Cuántas veces en tu vida, en tu vida de utilero, de asistente de dirección, de ayudante de dirección, de productor ejecutivo, vas a poder trabajar con un director tan groso?" dice por lo bajo y no llega a convencer a todos pero, por lo menos, el cartel ya está bien puesto en su lugar.
Aplausos tibios, otro fin de jornada. Spike y su bodyguard hacia la Bombonera. Ahora también para nosotros, mejor pensar en su próximo largometraje, en el compromiso con su obra; imaginar cómo sería trabajar ahí con él, si es que acaso nos gustaría.

FOTOS: Fernando García

lunes

Los melodramas de G

En un frustrado proyecto de fanzine (se barajaban los nombres “Turbia”, “Raymond”, “Sonia Sojo –o Soho-”, “La escopeta de Barreda”, “Barreda light”) ideado junto a Joaquín Linne durante el último caluroso verano en que él y yo limpiamos piletas en countries de Don Torcuato, él pasaba el barrefondo y yo decía puede ser algo temático, cada número un tema, o yo armaba la bomba y él decía que haya cuentos, falta una revista de cuentos, una Newyorker pero de acá, o se le ocurría hacer algo como lo de “La mujer de mi vida” pero diferente, o discutíamos si era preferible un formato desprolijo a uno clásico, un “Marta vive” a un “Música rara”, un “Ricardito” a un “Lucas ayer”, no hablábamos mucho más que de eso porque cuando uno limpia piletas no hay mucho que decir, a lo sumo allá quedó una hoja, hay que cepillar esa mancha, se tapó la bomba, el alargue no anda, asomó la idea de un número titulado “minimelo”, ya ven que ni siquiera habíamos empezado y la cosa crecía como los tornados de Twister o el hambre del señor Lecter, donde se publicarían textos que en tres o cuatro líneas contuvieran melodramas completos.
Pero no se hizo. Una tarde, sin embargo, vino a casa G, un verdadero wild-punkie que por ese tiempo escribía en una página porno donde sus lectores, que lo acusaban de pedófilo, solían censurarle los relatos, y me dijo que las peleas con su novia, que vivía con él, estaban convirtiendo la relación en un infierno, lo dijo así, “en un infierno”, sin subir ni bajar el tono de voz, poseído por una ameba o por el adolescente consumidor de porro que él había sido alguna vez. Y en ese momento recordé lo de los minimelos y pensé en la posibilidad de construir melodramas no breves sino sin énfasis, y se lo dije. ¿Vos no leíste “La celosía”?, preguntó, Robbe Grillet, la segunda o la tercera novela, no me acuerdo. Y pensé que sí, que eso podía ser; pero en esa novela la tensión, si bien no se ve, está latente, y yo apuntaba más a un partido de fútbol lleno de infracciones y goles pero sin un solo reclamo, a un “Johnny Guitar” que transcurriera en una especie de road-movie a lo largo del desierto, lleno de apaches fláccidos, indolentes bandidos, y sin guitarra. O con guitarra, pero que la guitarra estuviera siempre en su estuche, que nadie la tocara pero que sí se escucharan, todo el tiempo, acordes y notas sueltas. No nos pusimos de acuerdo. Él dijo que algunos cuentos de Carver son melodramáticos, que todo el minimalismo es una forma de evitar el melodrama pero que el melodrama siempre está, y que ahí estaba lo que yo quería y que todo lo demás que yo pudiera pensar al respecto era otra cosa, otro ítem (lo dijo así: “ítem”) de las futuras enciclopedias literarias. Pero para mí tenía que haber algo más, o algo menos, no sabría cómo explicarlo. Lo cierto es que al final G se fue y me dijo que iba a probar, que con probar no se perdía nada y que después podía mostrarme lo que había hecho para ver qué me parecía. Así que al cabo de dos o tres semanas me envió un mail pidiendo disculpas, que sus problemas de pareja no sólo eran enormes (dijo también que todas las noches soñaba con una draga que socavaba el fondo de un río de llanura hasta llegar al centro de la tierra, de donde no salía el fuego sanador sino más agua y más barro y entonces había que dragar el río otra vez), y adjuntó esos relatos que le habían censurado en esa página porno. Y sí, algo de lo que habíamos hablado estaba presente, brillaba, los excesos no eran melodramáticos sino de otra índole, pero remitían a un gran melodrama, a una inmensa historia de amor que hervía bajo la superficie; como en esa porno, “Galgos y conejas”: nadie lo sabe, quién va a leer los créditos de una porno, pero los protagonistas tienen diversos grados de parentesco y la película es, en realidad, el lugar adonde todos llegan para dirimir sus diferencias. Yo, aquel día, estaba emocionado, los relatos de G temblaban en mis manos. Esto puede ser, me repetía una y otra vez y pensaba ahora en las posibilidades para una no-ficción melodramática que a la vez pudiera incluir muchos otros géneros, como el porno en “Galgos y conejas” o, yendo a los clásicos, el terror en “Rebecca”. Pero pasó el tiempo, también mis relaciones afectivas eran por entonces un infierno, y creo que G se mudó, y como yo también me mudé no hubo más intercambios. Todo quedó en la nada.

domingo

Volviendo al folletín

A la manera folletinesca éste será, por decisión unilateral, un cuento por entregas. Las mismas serán semanales, pudiendo variar el ritmo (más o menos) de acuerdo a múltiples factores que ahora mismo sería muy largo detallar.
Ahi va, entonces, la primera:

Por Violeta Gorodischer

- Alto, flaco, morocho... no sé qué mas.
- ¿Pero morocho cómo?
- Y, morocho... Qué se yo...Es tan lindo, Marta.
- ¿Edad?
- Unos diecisiete, dieciocho...
- Ah, jovencito...
- Seguí, dale, haceme sentir una vieja.
- Bueno, no quise decir así, Delia, pero convengamos…diecisiete...
- ¿Qué? ¿Qué tiene? ¿No escuchaste esa canción de los diecisiete años ?
- Sí, claro. Qué canción hermosa, eh. Te llega al alma.
- ¿Y entonces por qué me criticás ?
- Y, no sé... es distinto... además la cantante se suicidó.
- Bueno, eso es un detalle, andá a saber en qué pensaba la pobre... Lo importante es que a ella también le pasó, de enamorarse de alguien más joven, digo, y debe ser por eso que me llega tanto la letra ¿no te parece?
- Qué se yo... no sé qué decirte.
- Nada, no me digas nada. Siempre la misma, vos.
- ...
- ¿Querés más té?
- No, gracias, tendría que irme, Tito me espera a cenar.
- Bueno andá, andá nomás.
- No te ofendés ¿no?
- Por favor, Marta. No soy una criatura que necesita compañía las veinticuatro horas. Vos andá tranquila, yo ahora ceno con Octavio y después leo un rato, ayer en la biblioteca encontré un libro hermoso, no te imaginás...
- ¿Cuál?
- Uno... se me fue el nombre ahora, pero es una belleza. Una historia bien romántica, viste, de esas que me gustan a mí.
- Mirá vos...
- Sí, sí. Estoy regia. Así que vos andá tranquila, yo estoy bárbara. Mejor, imposible.

¿Cuándo vas a venir? Ya no aguanto sin verte, estoy cada vez más nerviosa. Ay, chiquito, si supieras…Querido mío, no me serías tan indiferente, no pasarías así, como pasás todos los sábados, sin siquiera mirarme y saludándome de compromiso. Pero no importa, yo sé que tarde o temprano algo va a pasar. No sé qué ni cuándo, pero algo va a pasar, lo siento acá, en el pecho... Ay, la comida ya está, un minuto más y se pasaba. No tengo hambre, pero si no como nada Octavio va a preguntar...Mejor como algo y así no tengo que dar explicaciones ¿no te parece, mi amor?

- A ver, Octavio, corré la botella de vino. Ayudame un poco, querés. No, no, dejá el salero que esto tiene un montón de sal, ¿qué me ponés esa cara?... Bueno, hacé lo que quieras. Acá tenés. Después se te va el colesterol por las nubes y a mí no me vengas a decir nada, eh.(...) Mirá si serás caradura. Si cada vez que te pasa algo venís corriendo a buscarme. Si estás bien me tratás como a una esclava, eso seguro, pero apenas te pasa algo, venís corriendo: Delita esto, Delita lo otro...(...) No, claro, tenés razón, porque el susto que te agarró con lo de la próstata te lo aguantaste solo ¿no? No me despertabas todas las santas noches para contarme cómo te dolía ¿no? Sabés qué, Octavio, siempre querés tener razón, y yo estoy harta. Pero un día me voy a cansar, acordate lo que te digo (...) Sí, sí. Vos decí lo que quieras, pero cuando me canse, ahí te quiero ver.

Vení, acercate. Ahí está. ¿No querés que charlemos un ratito? Lo único que voy a pedirte es que bajes la voz, que hablemos así todo el tiempo, sabés, porque si no Octavio escucha todo y no quiero. Decime, ¿qué tengo qué hacer para que me mires? ¿Vestirme más provocativa? ¿Hacerte alguna insinuación? Yo sé que hay mucha diferencia de edad, pero ¿sabés qué? a mí los hombres todavía me dicen cosas, y qué cosas, no te imaginás... Pero bueno, tiempo al tiempo, yo sé que uno de estos días vas a pasar por acá y vas a decirme vos también todo eso que quiero escuchar pero sólo de vos, de tu boquita linda. Ahora te dejo, mi vida, que me suena el timbre.

- ¿Quién es?
- ...
- Sí, sí, un segundito, esperá que ya te abro.
- ...
- Hola.
- Hola, señora.
- No me digas más señora, por favor.
- ¿Y cómo le digo?
- Delia o Delita, cómo te guste...
- Delia, mejor.
- Bueno, como quieras.
- ...
- Decime.
- No, lo que le había comentado la semana pasada... ¿se acuerda?
- ...
- ¿No se acuerda, señora Delia?
- Delia solo mi vida. Y no, la verdad es que ahora ...
- Lo de la caña de pescar de su marido, que yo le había preguntado si podía prestármela este fin de semana y usted me dijo que sí...
- ¿Qué yo te dije que sí ? La verdad es que no me acuerdo...
- ...
- Bueno, bueno, cambiéme esa carita que algo vamos a hacer al respecto. ¿No querés un tecito o alguna otra cosa?
- No, gracias señora. Perdón, Delia.
- Ahí está, eso está mejor. Mirá, vamos a hacer algo. ¿Por qué no te pasás a la noche y hablamos más tranquilos?
- ¿Le parece?
- Sí, claro. Vos pasate tipo diez que yo veo si convenzo a mi marido, pero no te aseguro nada, eh.
- Bueno. Yo después paso. Hasta luego.

Continuará...

martes

Un viejo cuento


Tu vida sin mí
Sonia Budassi

What about me? Un caos pero qué decirte, seguro eso no, mejor describir la noche en el patio, unas empanadas de queso y verdura de El Noble Repulgue -al horno, para no engordar- el cielo nublado, calor – por lo menos el piso de tierra- el gato sobre mi falda acariciado a veces de manera enfermiza pero I don´t care, me gusta sentir entre mis dedos el pelo del siamés -color negro cerca del cuero, color blanco en la superficie- es bueno saber que si no tengo un hombre siempre habrá un gato pero no te digo eso a vos que mandás fotos de la nieve en New York y de la Feliz Navidad; ni a vos ni a nadie, por qué no pensar ahora en esos amigos que también sienten este calor húmedo de Buenos Aires, lleno de olor a basura revuelta aunque la basura esté en la calle, no acá en un piso con patio para mí sola como mi taza que dice mi nombre –para que tome sólo Gabriela- y, como corresponde, yo en un piso sin olor o con olor a limpieza obsesiva: fragancias de pino y lavanda en el ascensor.
Ronronea y luego salta de mi falda al piso, tintinea el cascabel de su collar rojo hasta acomodarse en mi cama y entonces el gato se duerme y sólo escucho la respiración y el click de tu cámara de fotos –Nikon F10, totalmente manual- que registra "el camino que hago todos los días desde la Universidad a mi casa" como solés decir, orgulloso de estar donde estás y a la espera de que yo diga qué lindo. Duermo con el siamés, los hombres no están hechos para dormir en mi cama; al contrario de lo que decía mi madre cuando decía: los hombres para casarse, para dormir toda la vida con ellos. Helado de naranja granizada le pido al chico que me atiende, deseos fáciles de complacer: enseguida va, promete en el teléfono y estoy contenta, disfruto de esta noche en que llamaste y -justo después de haber hecho el pedido- otro llamado, éste intrascendente; bien, muy bien, estoy bárbara digo y me aburro, mejor no hablar de aquella conversación como no hablo tampoco de una cita en la que no hay buen sexo ni del trabajo si no sucede en él algo importante.
Al día siguiente abro los ojos entre ronroneos - mi gato estira las patitas, bosteza, separa sus dedos, roza mi cara, no hace ruido; buena forma de despertar- siempre me despierto de mal humor: no hablo y me fastidia que me hablen. Ruido molesto, la señora toca el timbre con insistencia. No puedo no atender, resuelvo luego de haber considerado esa posibilidad. Recuerdo haberle dicho: pase por mi casa, puedo darle algo para comer; el cajón de naranjas y la bolsa llena de papas que compré con la promesa de regalarla a los pobres estará bien, pienso, pero no imaginé que ella vendría tan temprano. La culpa motiva el esfuerzo -¿cómo puede ser? Yo entre la abundancia y la gente muerta de hambre- al fin me levanto y hago con gusto todo lo que debía hacer, pero quizá no sea así como tienen que ser las cosas: sé que nada va a cambiar, sé que es poco lo que puedo hacer; somos malos, pienso y pronto me siento solidariamente hipócrita en el plural, es decir: soy mala. Miro al siamés, una buena persona hubiera adoptado a un niño y no un gato pero yo no soy así; prefiero los gatos, gastar dinero en ellos. Pero de todas formas me siento culpable, quiero estar enferma -deseos difíciles de complacer- y que un hombre sea mi doctor y mi amante, que me cure y me cuide hasta que la fiebre cese y por qué no también nieve en mi patio y brindemos juntos en año nuevo happy new year. Vuelvo a la cama, pienso que estoy muy exigida, qué puedo hacer si en lugar de quedarte a acompañar a tus hijos te fuiste detrás de una mina a conocer París, me imagino rodeada de nuestros pobres hijos a quienes tanto amo, preguntan por vos y no sé qué decir; mejor ni siquiera concebirlos. Es más real nuestra infancia en el campo, cuando éramos amigos, en verano me gusta andar a caballo, llegar hasta la loma más alta y sentirme la imagen de San Martín. Era perversa con mi caballo: lo obligaba a saltar troncos enormes que cruzaban el camino, pobrecito, él sólo sabía arrear vacas y una vez en el corral fui a buscarlo y me enfrentó, me asusté mucho aunque peor fue la humillación, te lo conté antes de que te fueras, antes de que considerases la posibilidad de la beca y de separarnos, tu vida sin mí. Ahora desde New York decís esas cosas que no termino de creer y preguntás what about me como si ya no supieras hablar en castellano o como si en verdad recordaras esa manía que tengo de decir de vez en cuando alguna palabra en inglés en medio de una frase. Anyway, no importa, me cansé de la ciudad, de las cervezas después de la oficina y de los bares de Palermo, podría escribirte eso en un mail: acá el cielo es tan estrecho, si supieras lo que sufro; nunca pensé que iba a ser así, no disfrutar de los edificios altos, torres imponentes y siempre un bar o un cine y gente, la ciudad en la que siempre quise vivir ahora no me basta -me avergüenza decirlo- y pienso en mi madre: desagradecida, solía decir. Pienso en el chancho que teníamos en la estancia, ¿alguien más se acordará?, lo llamábamos y venía -Pepo era su nombre- se creía perro, y yo descalza en medio del barro, sola hasta que venías vos ¿alguien más me habrá visto? Entonces no era posible pensar en no ver el horizonte siempre. Ahora el barro me da asco y a veces nostalgia cuando llamás y sólo hay más ventanas sobre mi ventana, luces pequeñas que no significan nada, que no tienen un nombre como entonces tenían las estrellas. Si tenés a otra no importa, yo duermo con un gato y hago caridad y eso me basta aunque extrañe un poco nuestra infancia en el campo, tu papá que a escondidas de mis padres nos daba caramelos Media Hora, eran feos pero los comía como si me gustasen; la vida te exige, dijo tu papá en el hospital –tenía algo de gracioso ver que él estaba menos asustado que vos- un consejo poco estimulante: la vida te exige, me exige tanto, ahora decís que tome un avión, que tenés todo listo, que lleve un gato si quiero pero que me case con vos en New York. Pero los hombres no son para dormir, pienso, son apenas un anhelo, una sustancia concebida para ser inmaterial, una idea no vinculada con el sentido, no como este gato que me despierta en silencio. Lo aprendí de mamá que decía los hombres para casarse y su marido pensaba en mujeres para divertirse pero no en su esposa ni en mí; hay cosas que no puedo explicar ahora, creo que no se escucha bien. Sos mala, dirás más tarde, gritos en el teléfono, interferencias en la línea y luego, en Ezeiza, una chica, de seguro rubia, bajará con vos del avión, odiosas rubias que siempre enamoran a tus ex novios, no sé, no quiero saberlo, prefiero decirte que no. Quizá volver al campo alguna vez, es tarde y me esperan, ventilador en el techo y el vago sonido de alguien que permanece en el pasillo, fricción de pasos sobre la alfombra: así son los hoteles en verano en Buenos Aires. Quizá después no cuente nada, una noche intrascendente, no llores, vos no sabés del miedo y no entendés. Anyway no me exijas. Duermo con mi gato.

viernes

Que empiece de una vez

Por Hernán Vanoli

Un italiano flaco, los pantalones un poco arremangados, pasa un rodillo de pintura blanca sobre el área grande de una cancha de entrenamiento en un suburbio romano. El hombre se toma su tiempo; le molesta un poco el sol a pesar del sombrero de paja. Después, una cámara fija se enamora de una mancuerna apoyada sobre el piso de un gimnasio, y después dos hombres, también por varios minutos, se dedican a bajar de una especie de container decenas de bolsos marca adidas que en algunos casos tienen el escudo de la selección: las genialidades de los periodistas del grupo clarín son todavía más insoportables cuando el referente (un offside mal cobrado, la venta de un crack a un club de España) es difuso: todavía falta una semana para el Mundial, y la hora no pasa por más que mostremos hasta la puerta de las habitaciones donde van a dormir los jugadores. En otro canal, entrevistas grabadas a los ídolos de la selección polaca: el doblaje confirma las explosivas declaraciones sobre el respeto que hay que tenerle a los rivales y el orgullo que (aún si uno es millonario) implica representar a su país.
Es así desde hace tres semanas: más allá de los partidos por la promoción, los canales deportivos cayeron en un loop tan insostenible como adictivo, que me hace quedar tildado frente a la tele pero en lugar de aumentarme la ansiedad para que empiece el Mundial me deprime con la certeza de que uno espera cuatro años para que siempre pase lo mismo: sin ir más lejos, el otro día me ví a las tres de la mañana Argentina – Nigeria del 94, entero, y putié porque no repitieron la jugada de un offside dudoso de Amokachi…
De pronto extraño al Equipo de Primera ¿se acuerdan? El programa de Don Niembra, con Maradona (el día que Niembra le dijo que estaba más flaco y toda la tribuna empezó a reirse), Chilavert, Ruggeri, contando chistes verdes (al principio lo conducía Elio Rossi, pero Niembra le serruchó el piso)…
Hay que reconocerlo: lo mejor de este letargo pre mundial son la publicidades, en especial la de CTI con la canción de Italia 90’.

Barroco agreste

Por Felix Bruzzone


No hay cansancio ni muerte ni asesinatos ni violencia, hay devenir y modificación. Butor escribió esa novela, “La modificación”. En todo caso, violencia es otro nombre para la idea de cambio, que puede incluir (o no) la de disfraz, la de perno, la de dardo. Mi buen amigo Dardo. Él conoce a un travesti que una vez le dijo: “en la noche del lago lo que importa es el barro, pensar en el barro y en el origen de nuestra especie, el barro, el polvo, la tierra arrasada, sí, pero acá lo importante es el barro del río y el de acá, el del lago, pensá que si me la metés acá, en la noche, al borde del lago del Rosedal, entre las espinas de los rosales en flor, pensar en barro es sentir en vos la vibración (o las vibraciones) del universo”. Pero a Dardo la idea no le cerraba. Siguió frecuentando al travesti, cada vez más, y empezó a escucharlo con mucha atención (demasiada) porque suponía que de entre las palabras de aquel hombre podían sacarse focos o filamentos de luz en medio de la tormenta y así fue. Una noche, mientras el travesti le lamía los testículos (huevos) (succión), Dardo vio en los párpados del hombre no sólo el brillo de la brillantina o el de los bordes luminosos de las olas del lago reflejados allí sino la belleza (iluminación) de una idea repentina que se abría paso, avión en llamas entre despavoridos hangares: la idea de que el amor no es barroco ni barroso ni barro sino agreste, porque por algo estaban ellos a la orilla del lago y por algo el travesti ya no le cobraba (amor verdadero) por sus servicios. El dilema era entonces cómo articular aquellas vueltas y espinas de la noche del Rosedal, aquel barro florido de pliegues y espejos y velos y sueños extendidos sobre inconscientes superpuestos, con el vacío desorden de lo agreste. No era fácil, no era epopéyico buscar los resultados (héroe). Pero al subirse aquella noche a su pequeña cupé, dejando al travesti vaya a saberse en qué rudas manos, Dardo creyó que el Barroco Agreste era una posibilidad tan inmediata (veloz) que se imponía por su propia inmediatez. Durmió bien, soñó con un desfile que se desarrollaba en un tren llamado vanguardia (desfile de vanguardias literarias y post-literarias), y despertó con la sensación (necesidad) de comprar un bonsái (cosa que hizo) para luego comenzar con la escritura de ese testamento (bodoque) que cada vez que voy a su casa él me muestra como si entre esos papeles escritos hubiera un ángel o la desolación o todos los pensamientos de Pavese o de cualquier suicida de la literatura (a mí el que más me gusta es Pavese) en un condominio (remolino) de hojas secas. ¿Título?, “Barroco Agreste, introducción”. Contenido: índice de los doscientos volúmenes (o más) que compondrán la colección, y detalles algo arduos para explicar (transcribir) en esta crónica. Suerte, Dardo, le digo siempre. Y él, siempre taciturno (boleado), responde con un tenue pero efectivo “te amo” a la vez que riega su cada vez más hermoso pequeño bonsái.

jueves

La posibilidad del placer

Biografía del hambre
Amélie Nothomb
(publicado en el Suplemento de Cultura del Diario Perfil)
Sonia Budassi
El peligro de las novelas autobiográficas es el de pintar un universo sin fluctuaciones que espante al lector con sus excesos de reflexión y su estructura de páramo. Por otro lado, la densidad del relato suele depender de la fuerza del narrador-personaje. Amélie Nothomb vuelve sobre este registro en Biografía del hambre, donde relata episodios de su vida desde su niñez hasta los veintiún años. El comienzo amenaza con convertir la novela en una acumulación de tesis cientificistas con reflexiones geoeconómicas incluidas. En las primeras páginas, se leen declaraciones como: "El hambre es la mayor seña de identidad de un país", e ideas que derivan hacia Vanuatu, país rico y, según ella, falto de interés. Pronto, esa primera impresión se diluye y queda claro que la autora saca el mejor provecho del género: ya situada en la perspectiva de la niña, la visión de los sucesos es aguda y encarnizada con todo lo que la rodea. Así, la novela escapa del plano distante de las "ideas" y adquiere un peso de "verdad": una voz potente describe densos episodios que contienen la ambivalencia que generan los vínculos necesarios –los maestros o la familia– con sus rígidas imposiciones.
La atmófera dramática se matiza gracias al humor de la narradora que, hacia el final de la novela, tendrá mucho de cinismo. Sus padecimientos y reflexiones tienen el tono seductor de lo personal –su refugio serán los libros y la relación casi simbiótica con su hermana– mientras su proceso de crecimiento tiene el atractivo de lo universal: el lector se sentirá identificado con cada descubrimiento o frustración de la niña.
Nothomb construye un relato forjado por la tensión que genera el hambre como pulsión voraz y la infancia como gestor del mundo y de la propia individualidad. En este sentido, parece seguir, a la vez, a John Milton, que afirmaba que la infancia "muestra al hombre, como la mañana al día", y a Graham Greene, que sostenía: "El hambre suele producir poemas inmortales. La abundancia, únicamente indigestiones y torpezas".
La posibilidad del hambre es la posibilidad del placer. Y el deseo se hace extensible a campos disímiles: el idioma, el chocolate, los paisajes o el ocio se vuelven belleza que hay que devorar. "No tenía hambre de inglés, esa lengua excesivamente cocida, puré de sonidos sibilantes, chicle masticado que pasa de boca en boca", dirá Nothomb. Sus definiciones, efectivas en la cadencia de cada capítulo, son de una efervescencia que busca aniquilar la soledad desesperada de la protagonista: "Toda nostalgia es nipona", "el alimento teologal es el chocolate" o "la superhambre no es la posibilidad de sentir más placer, es la posesión del principio mismo del disfrute, que es infinito".
Las versiones del deseo incluyen el hambre de amor: "Mi hambre de seres humanos era feliz", dirá en un momento. Y es en el terreno de los afectos –que en la infancia se manifiestan en una doble partida: la hipocresía hacia el mundo adulto y una honestidad en casos perversa hacia los pares– donde el libro llega a una intensidad contagiosa, con iguales dosis de éxtasis y dolor. El personaje exigirá amor a sus amigas de manera tiránica, y no tendrá pudor en luchar por desviar la atención de su niñera del póster de Robert Redford, para intentar que se enamore de ella.
Es verdad que estos pasajes, también abordados en El sabotaje amoroso, hacen que Nothomb pueda ser considerada como un refinado producto del marketing cultural. A los episodios de su vida en Nueva York se les suma el exotismo de Oriente –donde realmente vivió, en países como China, Japón o Bangladesh–, con el atractivo que suelen despertar estos lugares, considerados "exóticos" desde la perspectiva occidental. También los toques sutilmente eróticos –que no dejan de lado cierta carga de lesbianismo infantil–, los rasgos fotogénicos de la autora, sus explosivas declaraciones y la puntual aparición de una novela suya todos los años construyen un conjunto "vendible". Sin embargo Nothomb, acomodada hija de diplomáticos que no teme escribir sobre su alcoholismo infantil o su amor hacia otras niñas, no se queda en una exaltación de la frivolidad. Su literatura –como la Clarice Lispector de algunos cuentos y crónicas que no muestra ningún complejo de culpa con respecto a su próspera situación económica y sus caprichos sibaritas– profundiza en el goce y el sufrimiento con aútentica ferocidad.
En Biografía del hambre, la conciencia del crecimiento como pérdida llega al límite de lo soportable con la evidencia de la pubertad. Ante lo irremediable, el único intento posible será el de lograr la anulación voluntaria del hambre. Y, metidos en la embriaguez que proporciona la lectura, el lector descubrirá también la fuerza opresora que esconde el exceso de belleza.