domingo

Pasado mañana

Los esperamos a todos en Miau Miau. Recuerden: martes 29, en Bulnes 2705, a las 19,30hs.
Habrá vino, abrazos y souvenirs. ¡Chin chin!

martes

FALTA UNA SEMANA



Para la presentación de Los años que vive un gato, hermosa novela de Violeta Gorodischer que verá la luz antes de la catástrofe de 2012.
Va a haber un clima muy distendido y dos escritoras muy buenas harán de presentadoras, recomiendo a todos además que vengan a brindar y a llevarse el libro para el verano, la tapa lo corrobora, la satisfacción está casi garantizada.
Es en Miau Miau, para continuar con las coincidencias, Bulnes 2705.


lunes

LA VIGENCIA DE UN CHANCHO

Mientras esperamos y apuramos al imprentero, que salga que salga, que salga señor ya, la novela de Violeta Gorodischer, "Los años que vive un gato", un crítico en un punto de la ciudad publica una nueva, y hermosa, lectura del Asesino de chanchos, de Luciano Lamberti.
Gracias al blog Golosina Caníbal!!

"Existe un pequeño texto de Bataille, del fascinante diccionario crítico que ideó con Michel Leiris, que servía como definición de “matadero” y termina así:
No obstante, en el presente el matadero es maldito y puesto en cuarentena como un barco infectado de cólera. Pero las víctimas de esa maldición no son los matarifes o los animales, sino esa misma buena gente que ha llegado a no poder soportar más que su propia fealdad, una fealdad que responde en efecto a una enfermiza necesidad de limpieza, de pequeñez biliosa y de tedio: la maldición (que sólo aterroriza a quienes la profieren) los obliga a vegetar tan lejos como sea posible de los mataderos, a exilarse por corrección en un mundo amorfo donde ya no existe nada horrible y donde, sufriendo la indeleble obsesión de la ignominia, se ven reducidos a comer queso.
Ese texto muestra una apuesta por recuperar una zona de la experiencia humana que ha sido excluida: la zona de lo horrible, del gasto, de la pura pérdida. Esa zona (y su lógica, sus habitantes, sus lugares, sus elementos) señalan el punto vacío de un sistema que se quiere perfecto, de un mundo burgués que brega por la limpieza y el orden de lo amorfo, de lo equilibrado. Y la literatura, lo sabemos los lectores de Bataille, es una de las vías para recuperar ese plano de lo heterogéneo, de lo inasimilable, del gasto improductivo.
En “Febrero”, el Hombre que llevaba la nariz en el bolsillo escucha el canto lúdico de unas niñas y hace las compras necesarias, en una estación rutera, para un veraniego asado. Como un Meursault criollo, el Hombre que llevaba la nariz en el bolsillo soporta el sol y el calor mientras se toma un rifle y prepara el fuego. En el cuento no pasa nada, o mejor pasa nada, y sin embargo el ambiente es opresivo. El Hombre que llevaba la nariz en el bolsillo lleva una vida despojada, monótona pero en cuanto comienza el verano, se sube a la Renoleta y se va para las sierras, siempre a un lugar diferente. Hasta ahí, una normalidad lisa y llana, poco ostentosa. Sin embargo, en las provisiones para el tiempo de ocio que comienza, hay un elemento, entre el bolso y la conservadora: un bidón de kerosén. Un día caluroso, el Hombre que llevaba la nariz en el bolsillo se sube a la camioneta, viaja hasta una ruta en desuso y traza una línea recta de kerosén a través de los pastizales hasta terminar el bidón. Prende un fósforo y lo tira. Se sube a la camioneta y se va. SIGUE AQUÍ