sábado

Pachinko


En la dulce espera la primer novela Tamarisca, un texto de nuestro autor, Julián Urman.

El pachinko llegó al pueblo envuelto en pañuelos de seda, en la parte de atrás de una camioneta que nadie había lavado nunca. Al ver la mugrosa camioneta estacionar en la calle principal frente a la iglesia, muchos confundieron el lujoso envoltorio con el objeto envuelto y así creyeron que el pachinko no era otra cosa que una prenda de vestir o un fino detalle estético que en nada podría afectar el transcurso de sus vidas humildes. Los primeros en acercarse fueron los diez o doce que siempre jugaban en la calle. Reconocieron en la llegada del pachinko un hecho de tal importancia que de inmediato abandonaron la pelota o el palo con que hasta entonces se divertían. Solo el cura anticipó el peligro, sin saber que en verdad actuaba con previsión, al quejarse por la vistosa muestra de adoración banal que sucedía frente al sagrado recinto, y su queja no fue de orden espiritual: la camioneta, al estacionarse, había golpeado su bicicleta, encadenada al poste de luz correspondiente al local aún cerrado donde dos hombres desconocidos descargaron el pachinko envuelto en seda. No gritó el cura “cuidado con la Bestia que está entre nosotros”, ni “recordad la verdadera esencia de la Virtud”; sólo dijo “mi bicicleta” y ya era tarde porque el daño estaba hecho. Por esta circunstancia, fue el cura el primero en acercarse al pachinko y depositar en él una moneda.
Inocente y atractivo, el pachinko permitía disfrutar de sus beneficios con solo activar de esa forma sus entrañas mecánicas. El resto era sencillo y, aunque muchos creyeran lo contrario, quedaba librado al azar. Cualquiera podía ganar; cualquiera perder. El caso del cura fue afortunado o, por el contrario, catastrófico, al considerar el efecto que aquella inmediata victoria tuvo sobre la moral de la gente. Se dijo luego que el pachinko siempre otorgaría la victoria al primer jugador, pero nadie logró hallar, en las entrañas de la máquina, evidencias de tal comportamiento. El vicio nunca es algo nuevo. Tampoco lo son las estrategias que el vicio utiliza para controlar las mentes de quienes se entregan a su mandato nefasto. Pero el pachinko, hasta recibir la moneda del cura, sí era nuevo, o al menos disfrazaba sus curvas familiares con dispositivos de luces y sonido que lo hacían brillar como nada que la gente del humilde pueblo hubiera visto nunca. Acostumbrados a creer en la bondad de lo nuevo, nadie dio la voz de alerta, ni siquiera cuando al pasar una semana los efectos del pachinko ya podían sentirse en las plazas, los hogares y en las más sólidas instituciones. Una semana necesitó el pachinko para arrasar con las mentes de los hombres que jugaban día y noche, sin distinguir sol de luna, atentos al devenir de las intermitentes luces del pachinko.
No pocos advirtieron los signos del desastre inminente: las manifestaciones sumaban docenas de personas en la plaza mayor, pero muchos de los protestantes hallaban el tiempo para jugarse un pachinko inadvertidos o con la complicidad de otros jugadores, y así la hilera humana frente al pachinko no hacía más que aumentar. La necesidad de moneda inmediata generó nuevas formas de empleo. Familias que mantenían un oficio a través de generaciones pronto se vieron convertidas en oportunistas capaces de vender a una madre o a un abuelo (si hallaban alguien que pagara por él) con tal de no perder la oportunidad de victoria que el pachinko ofrecía. Los ganadores terminaban de disfrutar el festejo con los últimos de la fila, ilusionados estos por el triunfo de aquel que volvía para esperar un nuevo turno. Alrededor del pachinko la vida era sencilla y era esa una de sus tantas virtudes. No fue hasta que una falla mecánica lo obligó a detenerse que la gente del pueblo tomó su venganza. Interrumpido el hechizo por el desperfecto mecánico, llovieron golpes sobre la frágil estructura de vidrio y metal. Miles de engranajes componían las entrañas del pachinko. No había maldad en su diseño; solo ingeniería. Al ver a la Bestia deshecha, el pueblo respiró tranquilo. Pero la paz fue breve. Al amanecer del día siguiente, docenas de camionetas mugrientas estacionaban ante la iglesia, frente a la plaza mayor.

jueves

Declamaciones poéticas de un narrador




(algunos a ésto lo llaman poesía)

"Nos llamaban "los narradores"
y hablaban con gravedad
de palabras, de orillas lejanas
y de la omnipresencia del yo
en la articulación del lenguaje.

Pretendían saber qué pasaba,
si habíamos leído a Onetti
porque "no se puede escribir
sin haber leído esas páginas"
con el gesto ampuloso
con que un adolescente cuenta
"estoy leyendo a Cortázar"...

Ignacio Molina, los restos de un género, una década, una parrillada

hoy

(ayer pasé por tu casa
y me quisiste besar
justo estaba con mi novia
¿puedo volver a pasar?
** perdón, me fanaticé un poquito)

Ayer pasé por


Encontré un librito para regalarle a mis sobrinos, de esos libros ¿pavos? para chicos. Lo hojié y, ¡caramba! Un hallazgo, y eso que no somos afectos a las rimas.

Esto escribieron -según figura en la tapa de la graciosa edición de la colección Carambola, de pequeño Emece- Graciela Repún, Florencia Esses y Enrique Melatoni.














Ayer pasé por tu casa
Y me tiraste arroz
¿es acaso una indirecta
pa´ que me case con vos?

**

Ayer pasé por tu casa
Y me tiraste un macetón
Ahora tirame la tierra
Y me hago una germinación


**

Ayer pasé por tu casa

Y me tiraste una mesa.

Por fin encontré un lugar
Para comer milanesas

**

Ayer pasé por tu casa

Y me tiraste un carbon
Venite a casa el domingo
Que te cocino un lechón

**
Ayer pasé por tu casa
Y no me tiraste nada

Se ve que soñar conmigo
Te tiene muy ocupada

lunes

¿A favor, en contra, abstenciones?

"Tema hot en estos días. Me resultó desdichado leer en el blog de Gustavo Nielsen: ¡no te queremos en la literatura, Di Nucci! Como decía Bonavena: ¿a quién le ganaste, Nielsen?"

Juan Pablo Correa

Dear Dorothy



Ella lo hizo casi todo.
Sobre eso, ella escribió bien,
Y yo, torpe y feliz, hice lo que pude,
ips, se, cada cual hace lo que hace con el trabajo, la lectura, el placer y sus propios rituales de infelicidad.


sábado

Literatura de Derecha


En la última Ñ, encontrarás una hermosa diatriba del Señor "Me creo Muy Listo pero no Entiendo nada...", en contra de "la crítica literaria, los estudiantes de letras y, sobre todo, contra la nueva generación de narradores."


De todos modos, algunos dicen que sus referentes son tan rotundos como él. Incluso, tienen inciales igualmente provocadoras.


viernes

Urman y Mario (una escena)

Ustedes recordaran a Mario. El de Galgos y conejas. Bueno, me contó que conoce a Urman, el salvaje. Fue así: Urman estaba sobre el escenario del set de filmación de la película que iba a tener su música (nombre: Galgo corredor –sí, Urman hace música de películas-) cuando llegó el helicóptero de Mario. El reconocimiento fue inmediato (teoría de los espiritelis sin beso) y el amor casi un sobreentendido (la histeria siempre juega algunas cartas, canta truco con un dos, conversa sobre la capacidad de mentir del oponente). El trombón en la boca de Urman sonaba como una topadora y las medias de Mario (el helicóptero lo traía de la cancha de golf en donde estaban filmando esa escena de Un día de furia) se enrulaban, bajaban hasta el tobillo y subían hasta la ingle, se estiraban, calentaban y enfriaban cada pelo de sus piernas. O sea que la fiesta brillaba. Y fue entonces cuando Mario gritó: ¡suban el volumen!, y la topadora fue camión cisterna, grúa, jet. Una potencia desencadena otra potencia, y ambas, en algún momento, se potencian (acá la visión del amor como una rosca sin fin). La obra conjunta de Urman y Mario, esa noche, fue de locos. Mario tiene el tape, pídanlo en producción. Urman, por el momento, y hasta tener su novela en la calle, se llama a un respetuoso silencio, no sea que aquellos trotes puedan opacar (siempre hay alguien encargado de arrojar sombras sobre seres radiantes, envidia, perspicacia, idiotez) su atlético porvenir.

jueves

Notas al pie

Texto de Leonel Livchits, autor de Toronto No.

A Inés

11. Una ventana debe ser lo suficientemente amplia como para que dos personas puedan mirar hacia afuera, para lo cual los monjes utilizaron pergaminos con imágenes y textos combinados. El título en realidad es Victoriosa y Tres Veces Admirable realidad de narrar.

5. También se lo puede llamar fenómeno atmosférico (frase oída al pasar) o dos cucharadas grandes de esencia de vainilla.

13. Deporte en el que se emplean dificultades de lectura o escritura según esta hipótesis.

14. Pon atención cuidadosa a todo lo que pasa a tu alrededor y tómalo literalmente como un saludo del drama de papel.

21. El hombre que confundió a su mujer con un paraguas se dedica al estudio de la cultura y la lengua, ¡detente!

2. Literalmente, según esta hipótesis, la sacarosa de una persona no se puede explicar en una cacerola.

3. Ejercicio del primer día: precipitación.

41. Persona que se dedica a que se repita la naturaleza de media cucharada de bicarbonato de súplicas.

65. Puesto que tú, templo budista, has caminado en la oscuridad de Latinoamérica y España, que consiste en descansar, ¡detente! Eres tan bello, disacárido.

32. Madre Reina de Schönstatt, cómodamente al fuego como el título que consiste en una lengua particular combinada.

8. Que Dios escuche el deseo de que se precipiten gotas de agua y una molécula de glucosa sobre el pensamiento de los hablantes del siglo XII.

12. Cómodamente sometida en todo momento a la posibilidad de pedir ochocientos gramos de azúcar fina.

9. El título en persona (pero también en China, Taiwán, Filipinas, India, Grecia, Oriente Medio y África del Norte), si alguna vez se obtiene, desafía patrones de lenguaje muy lindos.

5. Detente, budista japonés, es muy común que una persona esté en una ventana junto a otra y mire al pasar el resto de la jornada las enseñanzas morales de los cantos rodados en Escocia.

31. El amor de mi cruz y mi calvario, el plan de algunos minutos de deporte y la cultura china, que es bastante frecuente con el propósito de reunir energías.

2. Por una deficiencia en la capacidad intelectual, una instrucción inadecuada o el ejercicio del primer día que intercede en la enseñanza, puedes atarme y con gusto me hundiré.

56. Choquemos esos cinco, siglo XV, hasta llegar a une meta que se repita como un pastor que se entretiene golpeando problemas de visión.

4. Principalmente de la remolacha azucarera de los templos budistas, la posibilidad de pedir que Dios me escuche, capaz vos sabés, qué se yo! en la oscuridad de la fe ciega, sometida en la precipitación de gotas.

67. Diferentes patrones de pensamiento después de haber ingerido el almuerzo que se obtiene principalmente en una ventana del siglo XII formada por una molécula de glucosa. Hacer hervir.

32. Su plan divino, la cultura de India, Grecia, Oriente Medio, literalmente el hombre que confundió a su mujer sometida en todo para contar el almuerzo ingerido, pon atención cuidadosa.

22. Si alguna vez digo Padre Celestial, qué se yo, un disacárido es bastante frecuente, una ventana cuidadosa es un fenómeno de vainilla, a oscuras, con el propósito de reunir.

54. Allí los pastores se entretenían golpeando la fe ciega con dos cucharadas grandes, diferentes patrones de lenguaje y la naturaleza de una persona que ha caminado en la oscuridad.

37. Concédeme, modo de narrar inadecuado, una remolacha azucarera, ochocientos gramos de un budista, cantos rodados, el amor de la fructosa, la posibilidad de representar el mundo literalmente.

lunes

"Crecer es dejar de ser una promesa"

No sé porqué pero esa frase de la novela de Puenzo me pegó bien. Síntesis. Ella tiene esa capacidad. Me tocó -elegí, allá por enero, cuando supe que iba a sacar una nueva novela y me ofrecí a leerla, a hacer algo con eso ya se verá pero es para mí- entrevistarla. Pero en realidad, antes lo sabía, ahora lo confirmo, hubiera preferido hacer además una reseña. No es que la haya pasado mal en la entrevista, al contrario. Se que mis expectativas a veces son pocas, más después de entrevistar a los señores escritores españoles de las grandes multinacionales que cada media pregunta interrumpen para decir que están cansados, si ya está bien, que uf tanto tiempo con las fotos y demás artimanias insensatas -en algunos la operación es más sutil, un poco más audaz, un amable oficio bien aprendido, pero en el último no- para esconder cierta burguesa mediocridad de saber que debe cumplir con la entrevista pautada pero que si fuera por ellos no lo harían y, ojalá a esa edad no me de tanta fiaca ponerme un poco a pensar -la nota siempre la tengo- y encima el libro sencillamente torpe y aburrido (etc). No, claro que nada para dramatizar que para algo me pagan, o no, y si total el de Puenzo lo leí en casa contenta y de corrido, lo escribí muchísimo con lapiz y lapicera azul bic, lo disfruté y critiqué -leí- mucho más, y después el ritual de encuentro entrevistado entrevistador y todo más descontracté, las fotos en una escuela donde pocas chicas con frío adolescentes sumisas hacían gimnasia mientras nosotros -el fotografo y Puenzo- trabajaban, qué voluntad, qué mala época la clase de educación física en patio de escuela pública, pero ahora que las fotos bien un café, en realidad un agua, dos aguas, chau fotógrafo, grabador, y confieso, disfruté de su rubia simpatía seguridad inteligente, incluso nos quedamos charlando una vez que apagué el rec (y eso no es algo que yo siempre suela hacer).
Después Siempre, como Siempre, la duda de si elegí lo mejor para desgrabar, la duda de la prisa del cierre inmediato Y luego, ahora, ahora, creo que sí: dejé que fije postura, más allá de. (alguien dice "hay que confiar más")
Por supuesto que hablamos bastante más que lo que quedó editado, pero así son los límites del asunto, y eso lo aprendés, con suerte, familia más o menos funcional mediante, a los 3 o 4 años -si tenés una como la mía lo aprendés igual, un poco más tarde pero lo aprendés en cualquier trabajo, cuanto más temprano el trabajo, la independecia, mejor (acaso quedó otra?), te prepara para actividades placenteras así, cortar una charla que disfrutaste y un libro que idem (igual siempre cuesta escribir por plata. Es una afirmación, no una queja)
Y de alguna forma, de todas formas, reitero: hubiera preferido hacer una reseña -discutí con Guebel, que lo había leído, algunas cuestiones y, para variar -y esto sin ironía- estuvo de acuerdo conmigo en varias.
Y encima, el fin de semana, leí las reseñas de La maldición de Jacinta Pichimahuida que se publicaron en los (otros) dos diarios porteños con Suplemento de Cultura Dominical. Una me pareció muy mala, de verdad bastante pésima. La otra está bien. (podés verlas, es ésta y ésta)
Y me quedé con ganas de escribir la mía; te juro que tenía, en este caso, y no es que siempre suceda, algo más que decir. Con las limitaciones del caso, obvio.


Entrevista a Lucía Puenzo. Buenos Aires, mayo 2007.


"Crecer es dejar de ser una promesa”, comprende Pepino, protagonista de La maldición de Jacinta Pichimahuida , última novela de la guionista y escritora Lucía Puenzo. La historia, diseñada a partir de testimonios de ex estrellas del mítico programa Señorita maestra y personajes gestados para la ficción, tiene mucho de drama, vértigo narrativo y humor sutil. El lector agradece que su autora haya medido las consecuencias de dejarse tentar por el extremo latente en algunas de las situaciones planteadas. Puenzo describe a sus personajes –algunos patéticos, otros freaks– sin caer en la burla, el cinismo o el humor fácil. El resultado es una sucesión de escenas narradas sin ironía pop y personajes verosímiles que, en los momentos más altos, alcanzan un peso de verdad. “A mí siempre me gustó eso –afirma–, caminar en la cornisa entre el humor y el drama. Me gusta mucho, por ejemplo, el cine de Todd Solondz o de Cassavetes, o incluso cierta literatura de Puig, cosas que contienen, en una situación muy dramática, ciertos rastros de humor o viceversa, una comedia que tiene mucha oscuridad.”

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viernes

Soledad. (Gustavo le dice a Carlos)



"¿Cómo quiere que conozca el artículo de Sainte-Beuve? ¿Quién me habría hablado de él puesto que no veo a nadie?"


1861. Carta de Flaubert a Baudelaire.

jueves

Vudú

Texto leído ayer en Los Mudos.



Existen dos tipos de diabetes. La más frecuente es urbana y puede ser desencadenada por el estrés, aunque la mala alimentación y el abuso sostenido de postres y de vino también ayudan. La relaciono con personas de alrededor de cincuenta años, mucho cigarrillo, excedidas de peso, contadores, abogados, cuentapropistas, dueños de kioscos 24 horas, de locutorios o de pequeñas flotas de taxis que explotan a sus choferes. Esos que me sacan plata y me hacen bajar de sus taxis cuando vomito tras salidas por lo general frustrantes, yo los insulto y me pregunto para qué salí y al llegar a casa vuelvo a pensar que a los mayores de cuarenta años hay que ponerlos en fila y fusilarlos a todos, primero a los ricos, después a los fascistas (tanto en su variante pura como en la de progresista resentido) y después a los profesores de Puán y de Sociales de la UBA (ya está, me saqué de encima a un 90% o más). Tengo problemas para relacionarme con la gente mayor, ellos tienen problemas de diabetes o hipertensión y cuando no pueden tomar viagra todo se pone mucho peor. El segundo tipo de diabetes es una bomba de tiempo: agazapada en los genes durante toda una vida, de repente estalla. Esa es la que tiene mi amigo Ezequiel; me lo contó el día en que se la detectaron. Era domingo, y yo intentaba traducir unos textos australianos sobre mediación familiar mientras tomaba sorbos de un remedio efervescente para bajar la resaca que me había quedado de la lamentable reunión de cumpleaños de la noche anterior. De fondo, un diálogo entre mi madre y mi tía (menú: yogur y vino blanco), no escuchaba bien que decían pero no me cabían dudas de que debían estar conspirando contra alguien. La cuestión es que Ezequiel me llamó por teléfono, y tras escuchar mi análisis sobre el cumpleaños de la noche pasada sentenció: tengo diabetes. En la última imagen que yo tenía de él había una licuadora y una lata de leche condensada; la leche condensada bailaba en la licuadora manejada por Ezequiel mientras su primo brasilero aspiraba lanzaperfumes al ritmo de la samba sobre un tema de Kiss, solo y con un vaso vacío de plástico fosforescente en la mano. Ezequiel siempre fue goloso y mi ética protestante de hijo de profesionales de trayectoria social ascendente y bajo capital cultural tiende a responsabilizar a la gente de su propio destino, por lo que hasta que no me explicó lo de los tipos de diabetes supuse que la enfermedad era fruto directo de sus abusos. Cuando me contó su calvario antes de que le entregaran el resultado de los exámenes (todo había pasado esa misma tarde: se le nubló la vista, se moría de sed, empezó a orinar negro, casi se desmaya, incluso podría haberse quedado ciego) entendí que, tal como al día siguiente iba a aclararle otro amigo, Ezequiel iba a tener que reorganizar lo antes posible toda su economía libidinal.

Mientras él demoró sólo cinco días en consultar médicos, arreglar un turno de terapia y elaborar su nueva relación con la insulina, donde el footing diario era fundamental para estabilizar los niveles de azúcar en sangre (incluso había conseguido acostumbrarse al gusto a remedio de las gaseosas light), yo recién me digné a acompañarlo dos semanas más tarde, cuando la bermuda imitación surfista que me habían regalado el último verano exhibió algunos kilos de más (la playa, el triste espejismo que nos persigue desde mediados de septiembre, la tortura obscena de los cuerpos, provincianos orgullosos de sus equipos de fútbol y yerba enterrada en la arena, siempre juro que no voy a volver pero al final llega enero y estoy ahí, cultivando resentimiento). Los primeros encuentros fueron en la plaza Irlanda: Ezequiel vive a una cuadra y a partir de las seis de la tarde las veredas adyacentes se transforman en una pista de facto donde la armonía entre generaciones y clases sociales parece posible, o por lo menos nadie molesta a nadie. Yo iba en bicicleta desde La Paternal, dos o tres veces por semana, hasta que un proyecto de “recuperación de espacios verdes” de un día para el otro transformó a la plaza en una réplica de los informes televisivos sobre la ocupación de Irak: polvo, cascotes, mendigos y ruido insoportable. Entonces propuse que migrásemos a Agronomía, que queda más cerca de mi casa, tiene olor a campo, muchas hectáreas de árboles y unos pocos perros dispersos que circulan por carriles independientes a los de los pseudo deportistas. Ezequiel ni siquiera lo dudó: además de cuidadoso la diabetes lo había puesto un poco nostálgico, y de chicos a veces íbamos ahí con nuestras novias del secundario (eran amigas entre ellas, mejor no volver a verlas nunca, todo terminó mal), nada más que a tomar cerveza o a fumar mientras nos revolcábamos un poco en el pasto.

En Agronomía había lugar de sobra, casi ningún auto y muchas parejas de estudiantes púberes que se sacaban fotos todo el tiempo con sus teléfonos celulares recién comprados en cuotas gracias a la extensión de tarjeta de crédito que les dieron sus padres. Con un poco de suerte y sentido de la ubicación podía sentirse un dulce, intenso olor a porro, que alimentaba el mito de que los estudiantes de Agronomía (o acaso los de Veterinaria) cultivan el más delicado cannabis en kilómetros a la redonda. A veces, de noche, los bichos de luz nos escoltaban en algunos tramos de nuestra carrera, ávidos por escuchar conversaciones de respiración agitada sobre libros, mujeres, proyectos comerciales destinados a no concretarse (uno: agencia de viajes para estudiantes rusos que quisieran aprovechar las bondades de la UBA, un mercado emergente, podíamos subalquilar una casa y vivir de eso, otro: ir a Paraguay y traer cosas de contrabando, Ezequiel conocía muy bien la frontera con Formosa), la vida sentimental de nuestros parientes, la biopolítica, las fobias y obsesiones de nuestros amigos, los viajes y vacaciones por venir, la idea de un documental sobre las desgracias de nuestros amigos o nuestros parientes (no exento de una mirada popular/paternalista), changas pseudo calificadas que podíamos conseguir, etcétera. Para esa época los medios decían que en Rosario científicos argentinos habían conseguido regenerar el páncreas con estrategias similares a las de la clonación, y Ezequiel estaba dispuesto a participar del experimento.

Una tarde, mientras corríamos, Ezequiel me contó que su trabajo como encuestador lo había llevado a cruzarse con la ex novia de F., un amigo en común con el que suelo conversar bastante seguido por chat. F. es arquitecto y vive en un departamento de tres ambientes a pocas cuadras de mi ex trabajo; ahora que está solo tiene ganas de mudarse o de vivir con alguien confiable para compartir los gastos. Me detuve un minuto para atarme los cordones, y mientras me los ataba pensé que tenía que apurarme para que Ezequiel me diera detalles antes de que empezara a correr en serio y me sacara la media vuelta de siempre. Y justo cuando arranqué de nuevo los vi: en total eran seis, cuatro chicas y dos varones, todos muy hippies, remeras batik, vinchas, guitarra y camisas de colores. No sé si Ezequiel se dio cuenta de que estaban ahí, pero cuando percibió que yo me estaba frenando gritó que después terminaba de contarme lo de F., ahora iba a dar una vuelta por la zona de los invernaderos, cualquier cosa nos encontrábamos más tarde frente a la sede del CBC de Económicas. Eran más de las nueve de la noche y los simulacros de hippie estaban sentados en ronda, rodeados de velas aromáticas compradas en el supermercado, tuppers, una pala de jardinero y botellas de vino. En el centro de la ronda había una especie de jaula portátil no muy grande, de las que se usan para transportar mascotas. Ya me faltaba un poco el aire y empecé a acercarme hasta quedar a unos pocos metros, camuflado en la oscuridad. De pronto dejaron el vino, apagaron los cigarrillos en el pasto y se quedaron todos en silencio. Una de las chicas (pollera semitransparente con dibujos de elefantes) se apoyó en otra y una vez que consiguió incorporarse agarró un tupper y tras abrirlo se puso a volcar sobre la jaula la tierra seca que tenía guardada ahí adentro. A medio metro había un pozo de la profundidad justa para enterrar la jaula. Se me ocurrió que estaban por sacrificar una gallina o algo así y me agaché cerca de un árbol, pero entonces otra de las chicas me señaló y todos empezaron a saludarme: supongo que habrán pensado que era un cuidador y querían quedar bien. Al acercarme un poco más me dí cuenta de que ninguno tenía más de dieciocho años y me contaron que la jaula, vacía, había pertenecido al perro de una de las chicas ahí sentadas. La que se ocupaba de la tierra se apuró a decirme que estaban a punto de iniciar una ceremonia para invocar al espíritu del perro, atropellado por el tren ahí mismo, del otro lado del alambrado que nos separaba de las vías, hacía justo un año. Parece que al perro le encantaba viajar y la jaula era su lugar favorito, y lo que ellos querían era que el espíritu del pobre animal entrase ahí para después enterrarlo feliz de una vez por todas. Siempre supe rodearme de personas (abuelos, madre, ex parejas) que tratan a los animales como si fueran gente, pero lo del exorcismo o ritual este e llamó la atención. Les pregunté si podía quedarme a mirar, un rato nada más porque si mi amigo no me encontraba iba a preocuparse un poco. Me ofrecieron vino y me invitaron a sentarme. Después se presentaron con nombres que olvidé a los cinco minutos.

Contra lo que suponía, a los varones no les molestó mi presencia. Uno de ellos, que usaba una remera de Bob Marley, dijo que para que la invocación tuviera efecto iba a hacer falta más vino, por lo que se ofreció acompañarme a buscar a mi amigo, invitarlo y después volver los tres juntos con un par de botellas y más cigarrillos porque a él le quedaban pocos. La chica que dirigía la ceremonia le pidió que no fuera ansioso y que empezáramos así, igual no íbamos a tardar mucho, y estuve de acuerdo. Mi lugar quedaba justo en el medio de dos de las otras chicas, una tenía los labios pintados y la otra, a mi derecha y con un escote que resaltaba el firme apogeo de sus tetas, me preguntó si yo era el hermano de Vanesa. Le dije que no, y cuando la maestra de ceremonias propuso que nos tomáramos de las manos y nos recostásemos en el piso con los ojos cerrados recé para que ni Ezequiel ni ningún otro conocido pudiesen ver mi momento de regresión adolescente. Con las palabras de la pitonisa empecé a tomar frío; después cerré los ojos y traté de dejar la mente en blanco. A un par de metros se oyó el sonido de un motor al encenderse, y de pronto sentí que la chica de labios pintados, la de la izquierda, me soltaba la mano y empezaba a acariciarme el brazo, en un plan entre erótico y de ejercicio de relajación. Abrí los ojos, y sin soltar a la otra me apoyé sobre mis codos con cuidado de hacer el menor ruido posible. El pibe de Bob Marley, que no se había agarrado con nadie, fumaba con la vista clavada en el cielo y una mano metida entre su cintura y el elástico del jogging. La pitonisa ahora estaba justo en el medio de la ronda, y abría la jaula para guardar dos engendros de trapo con cabeza de muñecas estilo Barbie y el cuerpo lleno de alfileres antes de enterrar todo en el pozo rodeado de montículos de raíces y tierra reseca. Me pareció que lloraba y al mismo tiempo movía los labios como si cantara en voz muy baja; no me prestó atención o ni siquiera se dio cuenta de que yo había abierto los ojos. Giré y con la mano libre me puse a acariciar a la chica de labios pintados: le acomodé el pelo, y cuando empezaba a bajar por cuello y hombros ella me sostuvo la mano y la dejó quieta justo sobre su clavícula. Me pareció sentir como le latía el corazón, y en voz baja le pregunté si no me pasaba su mail. Sonrió sin contestarme, y al ver que la pitonisa iba en busca de otro tupper me volví a acostar con los ojos cerrados. Todo el mundo estaba en silencio, como al principio. No sé cuanto tiempo habrá pasado hasta que la pitonisa, otra vez acostada en su lugar, dijo que había terminado y podíamos levantarnos. Bob Marley preguntó si ahora podía ir a comprar más vino, y esta vez me ofrecí a acompañarlo.

Ezequiel me esperaba con los auriculares puestos en las escalinatas del edificio del CBC. Le pregunté si estaba desde hacía mucho y me dijo diez minutos, pero como no había vuelto a verme pensó que me había torcido el pie o algo por el estilo. Primero le presenté a mi amigo nuevo (dijo llamarse Chapu) y después empecé a contarle sobre las chicas y su ceremonia vudú, aunque no dije nada de los muñecos con alfileres. Chapu me interrumpió para aclarar que no eran sus amigas, que las había conocido ahí, ellas los habían invitado, a él y a su amigo, después de haberles pedido cigarrillos. Comenté lo de los vinos y Ezequiel me advirtió que al día siguiente tenía que hacer unas encuestas en Pompeya, pero cuando le hice una seña dándole a entender que si nos íbamos me daba igual no me prestó atención y una vez frente al quiosco le preguntó a Chapu cuanta plata tenía porque él había traído cuatro pesos. Chapu dijo que él también tenía cuatro pero necesitaba cigarros. Terminamos con un vino blanco de caja y una gaseosa diet de limón en botella de litro y medio. Chapu nos contó que sus padres todavía creían que cursaba el Ciclo Básico para la carrera de Administración, pero había dejado hacía tres semanas. Parecía un poco asustado, como si el hecho de contarlo lo ayudase a percibir las dimensiones de lo que había hecho. Ezequiel le dijo que no se hiciera problemas porque había más administradores que empresas para administrar, pero Chapu no escuchó el comentario o no le hizo gracia. Cuando llegamos al lugar donde tenían que estar las chicas no había nadie. A pesar de la poca luz me puse a revisar el piso a ver si encontraba el lugar donde habían enterrado la jaula con los muñecos. Chapu dijo que él no había visto ningún muñeco y que para él no habían enterrado nada más que la caja, seguro que se habían ido por miedo a que viniera algún cuidador. Ezequiel me ayudó por un rato, pero después pidió un cigarrillo y se sentó en el suelo, mientras con Chapu todavía buscábamos sin que él dejase de llamar a Mauro, su amigo, que también había desaparecido. Cansados de no encontrar nada nos sentamos con Ezequiel, que había abierto la gaseosa. Chapu se ofreció a abrir el vino, pero le dijimos que se lo guardara y después de fumarse un cigarrillo nos dio la mano para despedirse. Iba a darse vuelta cuando se escucharon unas pisadas al otro lado de los árboles. Nos miramos sin que ninguno de los tres demostrara demasiadas ganas de moverse y averiguar que era eso. Hasta que de pronto distinguimos la figura de un perro acompañada de un instantáneo olor a podrido. Parecía un boxer y estaba medio rengo, zigzagueaba, y cuando lo tuvimos cerca ví que tenía el lomo lleno de sarna y largaba un gruñido bajo y regular. Chapu retrocedió un poco y le tiró con el cartón de vino, que le pegó justo en la cabeza. El perro quedó un poco atontado, largó dos ladridos lastimeros, olfateó la caja y después empezó a irse por el mismo lugar por donde había llegado. Cuando lo perdimos de vista Chapu dijo qué olor a mierda, encendió otro cigarrillo, volvió a darnos la mano y se fue en dirección contraria a la del perro. Yo iba a decirle que se olvidaba el vino, pero no dije nada. Esperamos un rato y nosotros también empezamos a volver sin decirnos nada. En un momento, antes de salir de Agronomía, Ezequiel terminó de contarme lo de la ex de F. y yo le propuse que se quedase a comer en casa, había tarta de verduras y mi vieja ya debía estar durmiendo. Podíamos aprovechar y hablar sobre nuestro documental, o alquilar alguna de las mediocres películas recomendadas por la mediocre reviste de cine en la que Ezequiel escribió en una época (le pagaban poco, al final no le pagaban). Dijo que iba a pensarlo en lo que quedaba del camino, porque además de las encuestas tenía que ir a buscar a su viejo al aeropuerto. Después, cuando ya casi estábamos en la puerta de salida, tapó lo que quedaba de la botella de gaseosa, la colocó sobre la senda de asfalto y la pateó. Le seguí el rastro y corrí a patearla en dirección contraria, y él la pateó otra vez, y antes de que yo llegara volvió a patearla, y yo lo alcancé y la pateé, y el la pateó de nuevo hasta que se le salió la tapa y el líquido salpicó un alambrado y la botella se fue tan lejos que la perdimos de vista.

Apostilla del "editor suertudo" - la próxima será mejor


Lectura ayer en Los Mudos. El origen de este post es la incomodidad con la que me quedé después de haber leído nervioso, al principio demasiado rápido, sin poder sacarme de encima el karma de que el texto era demasiado largo (después, cuando fue el turno de Mairal, que hizo una lectura excelente, dijo: no se asusten, el texto es corto, tiene cuatro páginas, y las mostró, cuatro páginas, lo que acrecentó mi paranoia). Mi plan original era leer otro texto sobre el catch en Monterrey, donde fuimos con mi amigo Pablo y tuvimos una experiencia bastante fuerte. Pero no tuve tiempo; trabajo, trámites, y para colmo estoy descompuesto, tengo miedo de un rebrote de la salmonella maldita que me flageló desde principios de año. Sueño con la salmonella. Es una especie de víscera rosa y palpitante, un bofe endemoniado con el que a veces mantengo cierto diálogo, pero llegado un punto empieza a latir como un corazón y ya no contesta, siento que se está hinchando de mierda entonces la pateo pero no se mueve, pegada en las paredes de mis intestinos. Se me ocurre que un día voy a parir salmonella y estoy convencido de que desde que la tuve se me cae más el pelo.
Ayer todos mis amigos tomaban y yo los miraba con el gusto reseco de una empanada de jamón y queso tibia en el paladar y con la mezcla de Suprasec, carbones con antibiótico y crema de bismuto bailando con mis jugos gástricos, y no se porqué estaba bastante nervioso. Fue raro, casi nunca me pongo nervioso en público, de chico era de los que leían sus “composiciones” horrendas en los actos escolares, y como mi soberbia autoprotectora me hace subestimar al público casi siempre hablo relajado, pero no fue el caso. La ausencia de Popi, mi novia, también debe haber influido, siempre monto numeritos para divertirla un poco, pero por otro lado estar con mis amigos Ariel, Jota, Matías y la sorpresiva y grata llegada del gran Prats, junto con el posterior arribo del enigmático Matías L. (escritores, como casi todos los que estaban ahí), me había puesto de buen humor. Pero no funcionó del todo. Me senté y empecé directamente a leer (no tenía ganas de la franela de los chivos y los agradecimientos, aunque tendría que haber dicho algo de la novela de Urman, me arrepiento). Al principio fue cortado, brusco (parecía que te lo querías sacar de encima, dijo Jota). Después relajé un poco y terminó mejor. Y vinieron los sorteos, la performance que fue genial, el buen clima de siempre.
A la salida me encontré con un ex compañero del posgrado. Me preguntó si me gustaba Rejtman y le dije que sí, que me encanta. Envidio la sensibilidad de Rejtman para captar algunas inflexiones de lo histórico – social clasemediero. Después mi ex compañero me dijo que había dejado de ir al posgrado y su novia agregó que estaba escribiendo una novela. Intercambiamos mails.

martes

Indie Gesta EN bIBLIOTECA nACIONAL

MAÑANA A LAS 15 ESTAMOS ACÁ

Así es el programa completo:

Miércoles 9 15 hrs:

Performance "Parque Nacional" Editorial Cencerro

Mesa 1: Coordina Carlos Bernatek

¡Hernán Vanolli (Editorial Tamarisco) !

Américo Cristófalo (Editorial Paradiso)
Ana Mosqueda (Editoras del Calderón)
Iván Moiseeff (Editorial Clase Turista)
Esteban Virgilio Da Ré (Editorial Tantalia)
Vino de honor

Jueves 10
15 hrs: Muestra taller de edición por Editorial Eloísa Cartonera

Mesa 2: Coordina Evelyn Galiazo

Damián Tabarovsky (Editorial InterZona)
Miguel Villafañe (Editorial Santiago Arcos)
Cristobal Thayer (Editorial La Cebra)
Miguel Balaguer (Editorial Bajo la Luna Nueva)
Sergio Felpeto (Editorial Gargola)





jueves

¡Extra, extra!

Salió una nueva No Retornable

Hay poemas de Leonor Silvestri, ensayos sobre cine de Cecilia Simeón, un cuento mío y muchas más cosas de mucha más gente.
(por nuestra parte, seguimos actualizando la sección prensa de nuestro sitio, mientras vamos trabajando en la nueva novela tamarisca)

martes

Foto ultrautorizada de JulianUrman, ama de casa


-Yo esa novela la compro, seguro que es sentimental.
-No, es de mafias.
-Ah, pero mafias lindas.
-Obvio, lindas.
-No es sentimental, entonces?
-Sentimental y de mafias.