viernes

Tamarisco II




¿ Ediciones del Tamarisco?

¿Tamarisco Editores?

¿Tamarisco Editora?

¿Editorial Tamarisco?

sábado

todo es relativo

Por Violeta Gorodischer

Salir un sábado a la noche y pasarla bien, sentirse la reina del mundo. Fiesta en terraza con pileta, en el aire los perfumes de moda de las chicas de moda. Botellitas de cervezas en la mano, David Bowie a todo volumen, en la cara estrellas de purpurina. Cómoda con el strapless más sexy que pudiste elegir para de pronto alejarte del grupo y sentarte en un lugar estratégico: que el desconocido se acerque. Presentaciones y risas entre daiquiris de durazno. Momentánea conexión previa a la conquista, por supuesto a su cargo: mantengo mi posición de lady. Al fin volver a casa, borracha y acompañada, para dormir con la dulce extrañeza de rozar la felicidad. Despertar el domingo al mediodía y que el sol te moleste en los ojos. En el espejo del baño, un rostro desconocido: una noche de alcohol y mal sexo puede sacarte cinco años de vida. Buscar al idiota que ahora duerme en mi cama y que nunca entendería por qué pienso las cosas que pienso. ¿Habrá sufrido alguna vez? Ayer tan cerca y ahora tan lejos. Su boca abierta, un círculo de saliva en la almohada. Volver a acostarme para soportar el dolor de cabeza y pedir que Dios me deje volver a dormir. Dormir. Dormir es la clave para no pensar. Pero entonces el miedo a quedarme sola, la muerte de mi papá, la crudeza con que ciertas personas te miran a los ojos, llantos contenidos, la miserable vida de mi gata, en mi infancia una operación, escenas de la película que vi hace dos días en cable cicatrizan en mi piel. Y tu mano en mi mano, y el sonido de tu voz.
Hola.
Cierro los ojos; simulo dormir. Tocás mi pelo y girás para volver a darme la espalda. Voy a escribir sobre vos. De chica todos me preguntaban qué iba a ser de grande: ¿por qué nunca dije escritora? Ser Jo, ser Ana Frank, Pizarnik; trascender las fronteras, que todos me quieran al menos después de muerta. Que otros ojos lloren mi drama, que aplaudan mi valentía, que sientan como propio mi dolor. Mismas dosis de vanidad y sufrimiento pero a quién le importa una vida más. A quién le importa. En tu espalda, tatuadas dos letras chinas. ¿Sos snob? Cuando seas viejo y tengas una familia y hayas disfrutado de una vida plena ¿inventarás para tus hijos y nietos una historia maravillosa sobre esta inscripción en tu cuerpo? Imagino tardes de sol y tu alegría en el mar. Puedo ver tus libros, tus discos, tu casa, tu forma de hacer el amor cuando no tomaste. Tardes de invierno en la cama y largas conversaciones sobre esos temas que me encantan.
Acercarme a su cuerpo. Acariciarle la nuca. ¿Qué pensará ahora?

jueves

No ser Aira; pero envidiar una mamá


A propósito del anuncio y felices por una nueva aparición de La pringlense, copio esta notita que hice meses atrás -salió Perfil- luego de largas conversaciones telefónicas con Isabel Gonzalez Aira. Sin dudas, la nota que más disfruté hasta hoy, aunque lamento que en la edición hubiesen quedado tantas cosas afuera, pero en fin, así es la cosa de laburo. Para la desmesura, mejor escribir en casa, "ficción", y ya.
(Los comentarios sobre las relaciones bilaterales Bahía Blanca-Coronel Pringles fueron suprimidos, otra vez, por falta de espacio)

De tal palo
Sonia Budassi

Podría pensarse a Isabel González Aira como alguno de esos adorables personajes de Puig que denuncian con crudeza virtudes y defectos de los olvidados pueblos chicos de provincia. Podría pensarse a Isabel González Aira, la mamá del escritor César Aira, como una creación del propio hijo (Aira es Aira es Aira es...). Podría decirse –se ha dicho en ciertos círculos literarios– que la revista de "cultura, humor, opinión y política" La Pringlense no es más que un invento suyo, otra pieza de su descontrolada obra en perpetua regeneración. En distintos reductos literarios, se ha insinuado incluso la provocadora idea contraria: la mamá de Aira sería la verdadera autora de todo lo que firma su hijo. Tantas especulaciones parecen juegos que, en definitiva, alimentan el mito del escritor.
Isabel Aira vive en Coronel Pringles. Como lo hizo César hasta que "se fue a estudiar abogacía. El padre insistía con esa carrera, pero a él no le gustaba", según cuenta ella, que lo acompañó en su decisión de cambiarse a Letras. La madre de Aira es profesora de música y comenzó a escribir de chica. "Las profesoras me decían que escribía muy bien", confiesa con timidez. Su carrera continuó con colaboraciones en periódicos de Pringles y con la publicación del libro El pensamiento. Como su hijo, que declaró que novelas como Cumpleaños o Cómo me hice monja son autobiografías, ella sigue este registro: "Es un libro acerca del lugar en que nací", dice, y acepta que es autobiográfico aunque "algunas cosas no son ciertas".
Cuando comenzó con La Pringlense, su hijo la alentó: "Me dijo que estaba muy bien. Y se vendió enseguida", dice. La revista parece cumplir el proyecto de Norma Traversini, el personaje de El volante de Aira, esa bienintencionada misión de reclamar con un volante (una revista) la atención de los vecinos. "Empecé con la revista en 2004. Siempre me gustó sacar lo que tengo adentro. Allí vuelco mis opiniones, sucesos de Pringles. Hay poemas y biografías de personajes de la cultura".
"Mi pasión es leer, hacer palabras cruzadas y escribir. Mi género favorito es la biografía. Cuando mi hijo era chico, le pedía que me las traiga de la biblioteca. Hasta que un día me dice: mamá, no te puedo traer más porque ya las leíste todas." Hay tópicos comunes en madre e hijo: en El Tilo, por ejemplo, César menciona un árbol de Pringles con atributos extraordinarios. En La Pringlense, Isabel publica un poema propio dedicado a un árbol. "Acá está lleno de tilos. Sí, el árbol del que habla mi hijo debe ser el mismo." Si bien confiesa que no lee demasiado lo de César por la tristeza que le genera el hecho de que viva tan lejos, sigue su carrera de cerca. En cierto número, publicó una nota titulada "Un escritor de Pringles". "Al escritor César Aira le editaron su primera novela. En la presentación, la escritora Syria Polleti dijo: este escritor es para un lector inteligente y va a tener mucho éxito". Isabel, que lo acompañó a la presentación, afirma que Polleti tenía razón. También confiesa que la novela que más le gusta es El Bautismo, "aunque es un libro que no tuvo mucha difusión".
"A él también le gustaba mucho leer. Venían vendedores, a los que uno les encargaba libros. Yo le decía que eligiera lo que le gustara. Él era muy chico, tendría once años. Un vendedor me dijo: no lo deje leer eso que pide. Son libros de filosofía, difíciles, no son para un chico de su edad. Pero él siempre elegía eso, libros difíciles. También le gustaba la música. Yo tocaba el piano y él se quedaba escuchándome".
Al preguntarle por su libro favorito, Isabel responde: Cumbres borrascosas. ¿Casualmente? En Madre e hijo, de Aira hijo, puede leerse, cuando el narrador le habla a su madre: "Cuando yo era chico leías siempre Cumbres borrascosas. Vos siempre con Cumbres borrascosas". Como si los dos fueran personajes, el uno en la obra del otro, además de madre e hijo.

martes

Galgos y conejas, si

Galgos y conejas es una porno belga (hardcore criminal, más propiamente) que transcurre en un bosque de pinos donde tres muchachas algo peluditas son perseguidas, atrapadas y hostigadas de múltiples maneras por un grupo de hombres muy flacos y liderados por uno muy grandote y gordo que es el que se encarga de filmar todas las secuencias, incluidas aquellas en las que él mismo se monta a alguna de las tres desesperadas. Todo termina con una horrorosa fiesta de sangre en la que las mujeres son arrojadas, ya muertas, a un pozo. El final queda “sugerido” por el fuera de cuadro: la cámara, ahora fija, muestra al gordo dando órdenes a los demás para que tapen el pozo: el ruido de las paladas y el de la tierra al caer sobre los cuerpos y sobre la tierra es muy nítido y se mezcla con el que hace el gordo al masticar el pochoclo que come de un gran pote amarillo.

lunes

Blade Runners

Volver a un clásico de género que nos marcó la adolescencia es poco recomendable. Me pasó hace bastante con It de Stephen King: si el libro todavía tiene algo de su antigua potencia, la película es francamente insoportable más allá de un consumo kitsch que, en circunstancias normales, se abomba como un pedazo de rosbif pasados los primeros y memorables “los mataré a todos” del hermano inteligente (aunque no menos perverso) de Ronald McDonald (por más que el guiño del pequeño Georgie desde una foto vieja todavía me erice la piel).
Pero lo del domingo a la mañana fue diferente. Había aceptado la sugerencia de Popi con pocas ganas: Blade Runner me había gustado mucho, y no quería arruinarla por dos o tres escenas agregadas para la versión en DVD. Pero me encontré con una película genial, donde el entorno tecnológico funciona como ruina que se superpone con la ruina (física, moral, sentimental) de todos los personajes, y donde ese efecto se hace más fuerte a medida que pasa el tiempo (mérito que sólo pertenece a Scott). Por más clonaciones y teléfonos públicos de video en tiempo real que haya, la ruina que Scott nos muestra en su ciudad futurista es mucho más pesada porque es una ruina social. Y todo cruzado por una historia de amor (imposible) entre un policía y una máquina, a diferencia de lo que pasa en Matrix, que supuestamente venía a reinventar el género pero donde los besitos entre langostas saltarinas lubrican como sólo puede lubricar una vaselina pacata, made in hollywood.
Ah, y por favor, no se olviden de J. F. Sebastian, genetista, inventor de juguetes.