lunes

Voyeur



Conocí a Sabrina el año pasado, en una fiesta de la agrupación donde ella militaba. Un buen día dijo me quebré, dejó la facultad y se fue a trabajar a Estados Unidos. En su último mail desde Aspen contaba que la pasaron de alcanzar los esquís en la base de una de las pistas a ayudar a las encargadas de la guardería. Que también consiguió un turno como cajera suplente en un supermercado, donde se hizo amiga de dos uruguayas con las que piensa viajar a San Francisco. Antes de que se fuera pactamos que suspendíamos lo nuestro hasta su regreso, y en la noche de despedida me dejó su cámara de fotos digital porque según ella en Estados Unidos iba a comprarse una mejor. También me dejó su trabajo, que consiste en mostrar departamentos en torres por lo general recién estrenadas. Yo venía de hacer de mystery shopper para una cadena de comidas rápidas. Me daban viáticos para que pidiera un combo doble en diferentes locales y anotara todos los detalles sobre la atención al cliente y la presentación del producto. Ahora conseguí unos binoculares y me dedico a hacer voyeurismo desde los departamentos a los que me mandan. Una vez vi a un hombre gordo que escupía comida sobre su camiseta blanca y seguía duro frente al televisor, sin limpiarse. A una mujer que tomaba un sorbo de cada uno de los vasos de gaseosa que iba a darles a los amigos de su hijo. A una chica que se masturbaba con un tubo de desodorante, disfrazada con la ropa de fútbol de su hermano menor.

La semana pasada le sacaba fotos a una profesora de piano del edificio de enfrente cuando el muchacho de seguridad de planta baja, Esteban, vino a decirme que un vecino se había quejado de que lo estaban espiando y amenazó con llamar a la policía. Prometí no hacerlo más y a cambio de su silencio me pidió que en mi último día de mi guardia, que era el domingo siguiente, le sacara fotos a él porque iba a empezar trabajar de taxi boy y la cámara de su celular no servía para nada. Acepté y ese domingo, apenas pasadas las siete, Esteban entró al departamento con un bolso de cuero. Antes de empezar me pidió un vaso de agua y me ofreció un cigarrillo para que nos relajásemos un poco. Después fue a cambiarse al baño. Al salir llevaba puesto un slip verde de acetato con una bandera de Brasil bordada en la parte delantera. Se había pasado aceite por el cuerpo recién depilado. Preparé la cámara y le pregunté si era la primera vez que le sacaban fotos. Sí, la primera, me dijo. Son para una página web. Me quedé quieto hasta que él empezó a posar, y le saqué varias fotos en los sillones y después otra serie en el balcón. Se me ocurrió que alguien podía estar espiándonos. Después Esteban se puso en cuatro patas sobre la alfombra y me pidió que le sacara algunas fotos más. Al final se fue a vestir y lo esperé en los sillones del living. Antes de irnos teníamos que elegir qué fotos iba a mandarle por internet. Esteban las revisó mientras me contaba que su mujer estaba embarazada y era probable que tuvieran mellizos. Las fotos no terminaban de gustarle, decía que tenían poca luz. Le propuse darle mi teléfono para que las sacáramos en otro momento pero él buscó su arma en el bolso, la apoyó sobre la mesa baja donde estaba el cenicero y me dijo que mejor le dejase la cámara y después él me llamaba para devolvérmela. Escribí un número falso. Él saco una sevillana con mango de plástico del bolsillo de su jean y dijo que me la dejaba de garantía. Dijo: hay que estar protegido. Guardé la sevillana, apagamos todas las luces, bajamos y salimos juntos del edificio, en silencio. Esteban se quedó en la puerta y esperó a que yo me alejara. Cuando estuve en la vereda de enfrente, levantó la mano para saludarme.

(microrrelato publicado este domingo, en el suplemento de Cultura de Perfil)

2 comentarios:

Sonia dijo...

pero qué ilustración más bonita al cuento! mejor que el dibujo que salió en la versión impresa!

Anónimo dijo...

Si, estuve revolviendo el placard!