domingo

Cuento Breve de Urman publicado en Perfil

“Una nueva forma de muerte”
por Julian Urman.

La primera dama observa la incandescencia de la luz artificial que produce una bombilla eléctrica en el techo de una de las tantas salas de estar que componen el interior de la Casa Blanca. La instalación eléctrica es reciente. La eléctricidad también, y ya los periódicos publican infinidad de noticias que detallan la creación de una nueva forma de muerte, hasta ahora en etapa experimental, solo probada en animales, pero que pronto será aplicada a criminales.
La primera dama comenta para si que ya es de noche. Pronto el presidente mandará a buscarla para inicar los preparativos del buen dormir. Como siempre, querrá ser abrazado, apagará las lámparas de aceite que alumbran la habitación principal antes de correr las sábanas para acostarse a mi lado, piensa la primera dama y sabe que ella estará ahí para calmar las ansiedades del primer mandatario, como siempre. No hay que temer las luces nuevas del futuro, y sin embargo, la frágil mano que supo ser suave como la piel de una manzana y que hoy, llena de arrugas, permanece firme, no obedece al comando que le indica acercarse al interruptor desde el cual las nuevas luces del futuro pueden (y por la noche deben) ser apagadas.
Ya tienen al primer hombre que morirá la muerte nueva. Un asesino, ojo por ojo dice la biblia, pero nada especifica de la muerte eléctrica. La primera dama, como toda madre, sabe lo que es el dolor, incluso conoce la figura de la muerte: nada de esto la ayuda a la hora de imaginar cómo se sienten las luces del futuro al recorrer el cuerpo de un condenado. Su mano de manzana retrocede y vuelve junto al cuerpo, a la conocida textura de la pollera que la primera dama esa noche viste.
La muerte por asfixia ha estado entre nosotros por generaciones, piensa la primera dama, y supera en humanidad a las otras horribles muertes imaginadas por los estados del mundo. A medida que vuelve a iniciar el recorrido hacia el interruptor imagina los pasos del condenado, últimos pasos que lo acercan a la silla de la que no se levantará jamás. Perdida en esta línea de pensamientos no percibe que uno de los criados atraviesa la puerta de la sala. Fiel al protocolo, el criado tose antes de hablar: el señor presidente espera a la señora presidente en sus aposentos. Muy bien, muchas gracias, dice la priemra dama. Puede irse, pero antes, hágame el favor de apagar esta luz. El criado observa a la primera dama. Dije que apague la luz, es este interruptor de aquí, solo hay que moverlo hacia abajo.
El criado no se acerca. Solo contesta en voz muy baja que él no entiende de esas cosas, que solo es un criado y que la señora está parada junto al interruptor, él no quisiera incomodarla en nada y ejecutar siempre sus pedidos, pero la señora está parada junto al interruptor y si quiere apagar la luz que la apague ella. La primera dama se pregunta si Dios aceptaría un alma electrificada. Luego posa su atención sobre el criado: en su rostro domesticado hay miedo. La primera dama ofrece entonces algo que no suele ofrecer: una opción: el criado puede elegir: o apaga la luz o la silla eléctrica.
El criado considera sus opciones. Al fin da un tímido paso que lo acerca a la primera dama y al interruptor. Luego se detiene. Contempla el amable rostro de la primera dama. Otro paso. Calcula que podría escapar. Otro paso. Se iría con su familia y con lo mínimo indispensable: ropa y algo de comida. Otro paso y ya están uno junto al otro, el criado y la primera dama. La mano negra del hombre se eleva hacia el interruptor, la luz es un zumbido apenas audible. La primera dama sonríe y, justo antes de quedar a oscuras, agradece la fortuna de vivir en un futuro iluminado.

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