martes

Crucero de verano


Autor: Truman Capote
Género: novela
Editorial: Anagrama, $ 22

Sonia Budassi

En 2004, el diario español El mundo recordaba el aniversario de la muerte de Truman Capote con una nota titulada "Genio en el olvido". Hoy se vive el fenómeno inverso; su figura está presente en debates, biografías, reediciones, incluso en una película de Hollywood cuyo actor principal recibió el Oscar. En este contexto aparece Crucero de verano, su primera novela, escrita en 1943. El texto había permanecido inédito por voluntad del autor, aunque se sabe que siguió corrigiéndolo por un tiempo. Oportunidades del mercado mediante, el manuscrito fue encontrado y subastado. Random House y Alan U. Schwartz, titular de los derechos de su obra, decidieron publicarlo, a pesar de la voluntad del propio Capote. Las elegantes excusas de Schwartz forman el epílogo de esta edición, que vale más por las anécdotas de los últimos encuentros entre el abogado y el escritor que por las previsibles explicaciones de su decisión.
Crucero de verano, es cierto, presenta en estado germinal ciertos elementos que más tarde serán explotados con mayor profundidad. La descripción geográfica –en este caso, de Nueva York–, el clima y las estaciones –la lluvia traerá la tristeza, el sol acompañará la euforia– generan un escenario casi expresionista. También hay un acercamiento a los rituales de la aristocracia neoyorquina desde el punto de vista de un personaje femenino tenaz, Grady, que recuerda por momentos a Holly, de Desayuno en Tiffany´s. Pero Crucero... es una novela de iniciación que parte de la ingenuidad casi absoluta de esta joven de 17 años. El viaje físico, al contrario de Desayuno..., no lo emprende la protagonista sino sus padres, oportunidad que aprovecha para quedarse sola y seguir sus deseos en libertad. Básicamente: encontrarse con Clyde, un joven que reúne todas las características para ser un perfecto opuesto al modelo de novio esperado por su familia. Su enamorado no sólo es pobre y no tiene educación sino que, además –característica subrayada en el texto–, es judío. También cumple con el estereotipo de ser el tipo "rudo y atractivo", ante quien la "niña bien" cae ferozmente seducida. Hay un énfasis quizás excesivo en las diferencias sociales que separan y atraen a la joven pareja, mientras otros puntos de la historia quedan en un plano superficial. Los conflictos internos de la adolescente tienen la universalidad de cualquier época, incluido el triángulo compuesto por el amor de su amigo de toda la vida y por el "reo" que acaba de conocer. La elección entre la aventura y la seguridad tienen verdadero peso en la mente del lector; Grady vacilará entre impulsos que la conducen a vértigos desconocidos y a rutinas por venir. El verano, promediando la novela, ya no es festivo. La transición de la pérdida de la inocencia –Holly había recorrido medio Estados Unidos para llegar a NY, Grady apenas conoce Broadway– deja lugar a la de las incertidumbres del futuro.
La historia resulta entretenida, hay escenas bien planteadas –en especial las de tensión entre la pareja–, los diálogos son a la vez narrativos y dramáticos, las síntesis que resumen puntos de giro en el relato generan la tensión suficiente como para dejar al lector ávido de avanzar.
Se sabe que Capote fue un escritor obsesionado por la técnica: "Es una cuestión de aprender a manejar la narrativa de modo que se desenvuelva más de prisa y, al mismo tiempo, con mayor profundidad", supo decir una vez. En este debut, para el cual eligió una tercera persona omnisciente, parece no haber logrado la segunda premisa. Formalmente, la novela tiene una confección precisa, aunque, en algún sentido, se extraña al Capote que interponía a un narrador de voz potente, como el de Desayuno..., o el que directamente se involucraba en la anécdota de los textos post A sangre fría, reunidos en Música para camaleones. Sin embargo, la distancia que impone Crucero... no es radical: como escritor principiante, eligió –al igual que lo haría en Plegarias atendidas, su última e inconclusa novela– retratar un mundo que, por proximidad generacional (la escribió a los 19 años), conocía muy bien. La novela es un prolijo intento, en el que no vamos a encontrar la desfachatez que cabría esperar de una primera obra.
Una de las características de la obra de Capote es su gusto por retratar las formas sociales que definen la marginalidad. Pero en el final de esta novela surge una idea de reparación moral, que puede leerse como una acusación a los que se atreven a desacatar sus normas. O, tal vez, como una resolución algo apresurada a un conflicto que resulta de suma complejidad, incluso para un joven talento como él. Lo que es perdonable, por supuesto, ya que hay párrafos cuya lucidez valen por todo el libro. Y también entendible: por algo Capote, presumimos, nunca la había querido publicar.
Publicado en Cultura de PERFIL.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena la reseña, igual en un punto estoy de acuerdo con que se la publiquen (probablemente porque no tuve que leerla): permite desmitificar al un poco al talento de Capote y eso da un poco mas de ganas de ponerse a escribir no?

Gonzalo Muro dijo...

Buenas,

me ha encantado la reseña, sobre todo porque destacas dos aspectos que no había valorado en mi lectura de la obra, la diferencia enter el narrador de Crucero y el de Desayuno, así como el final "moralista" que yo interpretaba más bien como una revisión actualizada del mito de Romeo y Julieta conforme los nuevos tiempos y los nuevos sentimientos.

Un saludo.

diaªniTa! dijo...

aLo! solo para saludar a mi amigo Hernan y qe sepa qe su blog esta super bonitoo! eres muy alivianado!
cuidate en donde qiera qe andes vale ?

suerte
tu amiga de guadalajara... diana!*