(Qué lindo sería tener un Marcos Sastre propio)
Y pregunta: (¿quién es el Marcos Sastre actual?)
Por Sonia Budassi*
Suele creerse que un proyecto artístico puede prosperar sólo gracias al talento. Pocas veces se tiene en cuenta el sustento material que se necesita, a veces, para que una empresa intelectual crezca. Salvo contadas excepciones –desde el mismo Marcos Sastre hasta Victoria Ocampo– los mecenas o gestores son olvidados. A 120 años de la muerte de Sastre, ocurrida el 15 de febrero de 1887, su figura puede haber sido opacada por los destellos intelectuales de sus notables compañeros de la "generación de 1837". Si bien el uruguayo no fue estrictamente un mecenas, su labor puede pensarse como condición de posibilidad material para la existencia del grupo conformado por Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, José Marmol y Carlos Tejedor, entre otros que pretendían, con la mirada puesta en Francia, alejarse del heredado modelo español.
En 1833 Sastre abre su librería en Buenos Aires y, a principios de 1835, pone a disposición del público sus propios y selectos libros sobre arte y ciencia, a los que se accedía por suscripción. La librería pronto se convierte en punto de reunión tanto de estudiantes como del público letrado. Según Vicente Fidel López, Sastre era un erudito bibliógrafo y un consejero siempre "dispuesto a indicar lo que sabía, con un laconismo y una seriedad en la que no transpiraba nada de mercantilismo".
Comunidad intelectual. La notoriedad del lugar termina de afirmarse cuando se inaugura el Salón Literario –en junio de 1837–, convertido en el centro de operaciones de aquellos intelectuales que, interesados en la concepción de una literatura nacional, no ocultan sus ambiciones políticas. Algo propio de una época que responde con efervescencia intelectual a las incertidumbres políticas. La idea de Nación no era un concepto compartido por todos y las respuestas se ensayaban en disertaciones y debates públicos.
Mientras obra y proyecto nacional buscan incluirse mutuamente –algo que por estos años logra La cautiva–, Echeverría, Sastre y Alberdi piensan que la revolución independentista –en palabras del autor de El matadero– tuvo "espadas brillantes" sin "dirección" ni "inteligencia". Echeverría afirma: "Yo busco en vano un sistema filosófico, parto de la razón argentina y no la encuentro; busco una literatura original, expresión brillante y animada de nuestra vida social, y no la encuentro". La compartida sensación de malestar se socializa en aquel ámbito, al tiempo que circulan textos que más tarde serían fundantes de la literatura nacional. En una reunión, por ejemplo, llegó a leerse parte del poema La cautiva, cuando aún estaba inédito.
Si se habla de cuestiones políticas trascendentales como el "destino de la Nación", es más fácil compartir el diagnóstico que superar las fracturas frente a las propuestas de cambio. Oponiéndose a Echeverría, Sastre y Alberdi ven una base confiable en la figura de Juan Manuel de Rosas. Si la revolución había sido sólo una acción desprovista de reflexión, Sastre encuentra en el "Restaurador" una salida posible. En la inauguración del Salón Literario lee "Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la Nación", en donde manifiesta su entusiasmo con respecto a la nueva generación que ve gestarse. Su deseo es que ella termine con "todos los errores que han entorpecido el desarrollo inelectual", y proclama la necesidad de una nueva independencia en el ámbito de las letras y de la ciencia. De Rosas afirma: "Dotado de gran capacidad, activo, infatigable" es "el hombre que la Providencia nos presenta más a propósito para presidir la gran reforma de ideas y costumbres (...) La paz y el orden son los grandes bienes de su gobierno".
La declaración muestra su entusiasmo y compromiso, a la vez que cierta ingenuidad. Por esta época, Sastre no tenía, como sus compañeros de generación, una obra en que ampararse. Luego, su apoyo al gobierno no le traería más que decepción, el costo que tuvo que pagar por perder el sentido crítico frente a quien detentaba el poder de modo absoluto. En 1838 se cierra el Salón Literario a causa de la censura a la revista Moda, que publicaban sus asistentes. Sastre se retira a San Fernando y, separado de aquel grupo –quizá por este motivo–, pudo por fin escribir su obra. La tempe argentina (reeditada en 2005 en la colección Los raros de la Biblioteca Nacional) es un tratado de geografía y biología bastante original para la época. El libro, que inició el camino de la literatura del Delta que luego continuaría Sarmiento, promociona la región con un tono didáctico y exaltado. En 1849, también publica Anagnosia, un tratado para enseñar a leer. Así, sus libros lo situaron más cerca del sistema escolar que del literario; y la apropiación que los programas de estudio hicieron de estas obras lograron que Tempe tuviera más tirada que el Facundo. Erudito y autodidacta, Sastre haría carrera como funcionario en instituciones educativas. La trascendencia de su figura quedaría subordinada, para siempre, por su gestión en el legendario Salón Literario y por la asimiliación personal de una región que, en su momento, se creía inhabitable.
Por Sonia Budassi*
Suele creerse que un proyecto artístico puede prosperar sólo gracias al talento. Pocas veces se tiene en cuenta el sustento material que se necesita, a veces, para que una empresa intelectual crezca. Salvo contadas excepciones –desde el mismo Marcos Sastre hasta Victoria Ocampo– los mecenas o gestores son olvidados. A 120 años de la muerte de Sastre, ocurrida el 15 de febrero de 1887, su figura puede haber sido opacada por los destellos intelectuales de sus notables compañeros de la "generación de 1837". Si bien el uruguayo no fue estrictamente un mecenas, su labor puede pensarse como condición de posibilidad material para la existencia del grupo conformado por Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, José Marmol y Carlos Tejedor, entre otros que pretendían, con la mirada puesta en Francia, alejarse del heredado modelo español.
En 1833 Sastre abre su librería en Buenos Aires y, a principios de 1835, pone a disposición del público sus propios y selectos libros sobre arte y ciencia, a los que se accedía por suscripción. La librería pronto se convierte en punto de reunión tanto de estudiantes como del público letrado. Según Vicente Fidel López, Sastre era un erudito bibliógrafo y un consejero siempre "dispuesto a indicar lo que sabía, con un laconismo y una seriedad en la que no transpiraba nada de mercantilismo".
Comunidad intelectual. La notoriedad del lugar termina de afirmarse cuando se inaugura el Salón Literario –en junio de 1837–, convertido en el centro de operaciones de aquellos intelectuales que, interesados en la concepción de una literatura nacional, no ocultan sus ambiciones políticas. Algo propio de una época que responde con efervescencia intelectual a las incertidumbres políticas. La idea de Nación no era un concepto compartido por todos y las respuestas se ensayaban en disertaciones y debates públicos.
Mientras obra y proyecto nacional buscan incluirse mutuamente –algo que por estos años logra La cautiva–, Echeverría, Sastre y Alberdi piensan que la revolución independentista –en palabras del autor de El matadero– tuvo "espadas brillantes" sin "dirección" ni "inteligencia". Echeverría afirma: "Yo busco en vano un sistema filosófico, parto de la razón argentina y no la encuentro; busco una literatura original, expresión brillante y animada de nuestra vida social, y no la encuentro". La compartida sensación de malestar se socializa en aquel ámbito, al tiempo que circulan textos que más tarde serían fundantes de la literatura nacional. En una reunión, por ejemplo, llegó a leerse parte del poema La cautiva, cuando aún estaba inédito.
Si se habla de cuestiones políticas trascendentales como el "destino de la Nación", es más fácil compartir el diagnóstico que superar las fracturas frente a las propuestas de cambio. Oponiéndose a Echeverría, Sastre y Alberdi ven una base confiable en la figura de Juan Manuel de Rosas. Si la revolución había sido sólo una acción desprovista de reflexión, Sastre encuentra en el "Restaurador" una salida posible. En la inauguración del Salón Literario lee "Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la Nación", en donde manifiesta su entusiasmo con respecto a la nueva generación que ve gestarse. Su deseo es que ella termine con "todos los errores que han entorpecido el desarrollo inelectual", y proclama la necesidad de una nueva independencia en el ámbito de las letras y de la ciencia. De Rosas afirma: "Dotado de gran capacidad, activo, infatigable" es "el hombre que la Providencia nos presenta más a propósito para presidir la gran reforma de ideas y costumbres (...) La paz y el orden son los grandes bienes de su gobierno".
La declaración muestra su entusiasmo y compromiso, a la vez que cierta ingenuidad. Por esta época, Sastre no tenía, como sus compañeros de generación, una obra en que ampararse. Luego, su apoyo al gobierno no le traería más que decepción, el costo que tuvo que pagar por perder el sentido crítico frente a quien detentaba el poder de modo absoluto. En 1838 se cierra el Salón Literario a causa de la censura a la revista Moda, que publicaban sus asistentes. Sastre se retira a San Fernando y, separado de aquel grupo –quizá por este motivo–, pudo por fin escribir su obra. La tempe argentina (reeditada en 2005 en la colección Los raros de la Biblioteca Nacional) es un tratado de geografía y biología bastante original para la época. El libro, que inició el camino de la literatura del Delta que luego continuaría Sarmiento, promociona la región con un tono didáctico y exaltado. En 1849, también publica Anagnosia, un tratado para enseñar a leer. Así, sus libros lo situaron más cerca del sistema escolar que del literario; y la apropiación que los programas de estudio hicieron de estas obras lograron que Tempe tuviera más tirada que el Facundo. Erudito y autodidacta, Sastre haría carrera como funcionario en instituciones educativas. La trascendencia de su figura quedaría subordinada, para siempre, por su gestión en el legendario Salón Literario y por la asimiliación personal de una región que, en su momento, se creía inhabitable.
*publicado el domingo 18 de febrero en Cultura de Perfil
1 comentario:
¿La gestión Funes?
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