martes

Bruzzone Internacional





Como puede verse en la foto, la versión alemana de 76 la rompió en la Feria de Frankfurt, acompañando el raid triunfal de Félix (ganador del premio Anna Seghers 2010). Si no te enteraste del premio, andá leyendo esta nota mientras nosotros preparamos la reedición de 76 después de que el amigo Heinrich Beremberg agote su primera edición en alemán.




El Asesino de Chanchos en Perfil


Lamberti leído y elogiado aquí y allá. Sigue la cosecha tamarisqueña. Acá, la mirada de Maxi Tomas:


Algo está pasando en Córdoba. Primero fue la aparición de una novela extraña y sofocante como Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, que terminó finalista del premio Anagrama en 2008 y sorprendió a todo el mundo (salvo, claro, a algunos narradores cordobeses). Más cerca en el tiempo, la publicación del notable La hora de los monos, de Federico Falco (primer paréntesis: alguna vez aseguramos que el libro de relatos de Falco, junto a 76, de Félix Bruzzone (TAMARISCO, 2008), eran las dos colecciones de cuentos más destacables de los últimos años en la Argentina. Falco fue seleccionado hace un par de semanas por la revista Granta como uno de los veinte narradores más promisorios de la literatura latinoamericana actual; Bruzzone acaba de ganar el prestigioso premio literario alemán Anna Seghers, “por sus cuentos densos e irónicos”, según subrayó el jurado). Y, ahora, acaba de editarse otro gran libro de relatos de un joven escritor cordobés: El asesino de chanchos (TAMARISCO, 2010), de Luciano Lamberti (San Francisco, 1978). Busqued, Falco y Lamberti no sólo se conocen entre sí, sino que trabajan un universo narrativo que tiene varios puntos en común. Debido a lo hondo que supo calar una parte de la literatura estadounidense del siglo XX (desde las historias de Flannery O’Connor y John Cheever a los cuentos de Raymond Carver) en ciertos círculos literarios cordobeses, un observador no muy avezado podría tomar a estos tres escritores como una suerte de avanzada de la actualización del realismo norteamericano, algunas décadas después y en la Argentina. Pero precisamente lo más atractivo de la obra de cada uno de ellos es lo que hacen para difuminar, para agrietar los límites de representación impuestos por una corriente que parecía agotada hacía muchos años.

Con apenas nueve cuentos en menos de cien páginas (cinco de ellos, “El asesino de chanchos”, “El arquero”, “Agua viva”, “Monocigótico” y “La tortuga”, de un atractivo indudable), Lamberti abandona el campo de la poesía y debuta en el de la narrativa de la mejor manera posible: ahí están sus personajes, envueltos en penas sentimentales sin remedio, viviendo como parásitos de sus familias disfuncionales, saltando de un trabajo miserable a otro, tomando cerveza en largas y pesadas noches de verano, hablando hasta quedarse sin ideas, ni energías, ni anécdotas, y sabiendo que cuando el sol salga al día siguiente nada habrá cambiado (segundo y último paréntesis: las editoriales independientes que apuestan por dar a conocer a buena parte de estos autores tienen una deuda con los lectores. Ser independientes no los exime de responsabilizarse de las múltiples erratas que un trabajo de edición más atento podría remediar).

Los cuentos de Lamberti tienen algo del mal llamado realismo sucio americano, pero señalar eso es ya un lugar común: de la misma manera podrían ser leídos en relación a los ambientes extraños y oscuros que suelen tener los relatos de Patricia Highsmith. Porque si bien la verosimilitud, uno de los dictados del realismo, es sostenida a lo largo del libro, lo cierto es que las historias de El asesino de chanchos se revelan mejor cuando son vistas desde cierta distancia. Como el espejo que dibuja el sol cuando cae recto sobre el asfalto de la ruta, o como cualquier objeto admirado a través de las llamas del fuego: levemente borroneadas.

Publicado este fin de semana en el diario PERFIL

sábado

De Vastado-Va-no-lizado.


El equipo crítico del blog Golosina Caníbal nos honra con una lectura de Varadero y Habana Maravillosa del complejo Hernán Vanoli; aquí se habla de detalles que no clausuran, segregación social, anacronía, todos aciertos que iluminan el texto de la reseña y el texto de Tamarisco.

"En Varadero y Habana maravillosa de Hernán Vanoli (Tamarisco, 2010), el tiempo ha pasado, lo notamos por ciertos detalles que no cierran: ciertas alusiones a enfermedades, a ciudades devastadas, a desastres ecológicos, a conflictos político-sociales que no recordamos pero que se parecen demasiado a pequeños acontecimientos de nuestra abigarrada realidad. En estos relatos, el tiempo ha avanzado, no demasiado, pero ha avanzado: lo leemos en la creciente segregación social, la enfermedad epidémica y la represión voraz en “Funeral gitano”; en los controles médicos del aeropuerto y las características anacrónicas (la “comida natural”, el sexo por “frotamiento”) de las tierras cubanas en “Varadero y Habana maravillosa”; en el contrabando biológico de “Eugenia volvió a casa”; y en el mundo devastado de “Castores”. Y lo que más nos desconcierta de este futuro cercanísimo es el presente narrativo denso en la mayoría de los relatos (un presente que puede volverse exasperante por la monotonía en la que nos sumerge, un presente apegado a la narración minuciosa de las acciones, las conversaciones, los pensamientos…) y, en contraste, la poca información sobre estos elementos extrañísimos (pero, claro, los personajes no necesitan explicar esos elementos, ellos conviven con tales condiciones, saben manejarlas o las soportan, y si eligen contar una historia, será por otras razones).
En Varadero y Habana maravillosa de Vanoli, además, hay viajes:"

"

El reino de Budassi



Teatro de marionetas, tratado de zoología, novela romántica: gran lectura de Pablo Natale en relación a Apache. En Busca de Carlos Tévez, el casi agotado libro de Tamarisco:

El libro puede ser entendido como lo que es, es decir, como la crónica divertida y con mucho suspense de una entrevista a Tevez (frustrante y anecdótica, como suelen ser las entrevistas a deportistas, y a la que se le ha sacado todo el jugo posible). O puede ser entendido como lo que no es, digamos, el retrato de un fantasma hecho por una princesa.

“Apache”, de Budassi, es, además, una especie de teatro de marionetas. Se nos habla acerca del modo en que unos pocos muñecos (los jugadores) son protegidos y glorificados por miles y miles de otros muñecos (los no jugadores) quienes reciben información de la gloria de aquellos gracias a la actividad de otros tantos miles de muñecos (periodistas, comerciantes, empresarios, directivos, mafiosos). Lo importante acá no es quién maneja a quién, quién “tiene los hilos”, ni por cuánta plata, sino el carácter maquinal, entre ridículo, natural y casi inhumano de la cuestión. Esto aparece en todos los muñecos que nos presenta Budassi, pero sobre todo en el muñeco-héroe principal: Carlos Tevez. “Que se parece a Cuasimodo”, según dicen. Cuya barba es “tan simétrica y perfecta que parece pintada”, escribe Budassi. Que (ocasionalmente) golpea pelotitas de tenis “como un espantapájaros”, que juega un fútbol-tenis junto a sus compañeros y parecen “playmobils”, “dibujos animados”, “muñequitos que se escaparon de un metegol”, “liliputienses”. Imágenes o nombres del imaginario fútbol-mediático convertidos a través de la escritura-maleficio en enanos de fábula pateando una pelota de fábula. Marionetas, títeres que aumentan y disminuyen de tamaño (de acuerdo a sus performances, de acuerdo a la prensa), muñecos que cambian de forma. Pero que siguen siendo “juguetes”, juguetes que atan y que son atados, al borde de algo gigante cuyo nombre no sabemos y cuyo poder reconocemos porque no podemos dejar de observarlo.

Completa, acá.



viernes

Se empieza a armar

Hace poco hablábamos con Vanoli sobre libros que salen ahora y tienen esa cosa entre futurista y fantástica rebotando por ahí. Ahora Fernanda Nicolini escribe esto para Ñ:

El otro lado del realismo

En Hélice (Entropía), la segunda novela de Gonzalo Castro, el protagonista es un abogado asesor de empresas con problemas de pareja que le escribe casi a diario a una persona de la que está distanciado. Si no fuera porque su tarea es diseñar un país para que lo habiten artistas y que los autos funcionan en piloto automático -entre otros detalles futuristas-, se leería como la historia de un hombre en crisis en el mundo actual. Los cuatro relatos deVaradero y Habana maravillosa (Tamarisco), primer libro de Hernán Vanoli, parten de situaciones cercanas: una manifestación reprimida, vacaciones familiares en Cuba, alguien que vuelve de España, dos hermanos que ofrecen un servicio de turismo obrero para gringos. Hasta que un elemento sacude los parámetros de lo conocido y la escena se subvierte de un modo casi ballardiano. EnPunta Roja (El 8vo Loco), de Daniel Diez, y Las estrellas federales, próxima novela de Juan Diego Incardona, las referencias geográficas e históricas delinean un contexto próximo habitado por criaturas fantásticas. En el primero, un grupo de investigadores del Conicet espera la aparición de las “gábulas” en la orilla del Salado; en el segundo, la contaminación de la cuenca del Matanza sirve para plantear las consecuencias del cierre de fábricas en los 90 en clave de ucronía.

Decisión política, búsqueda de nuevos recursos narrativos o resultado no premeditado, lo cierto es que estos cuatro autores nacidos en la década del 70 corren la frontera de lo real. Pero lo hacen sin interesarse especialmente en un género -la ciencia ficción o el fantástico-, ni sentirse deudores de una tradición local que tiene en su vértice a Borges, Bioy Casares o Angélica Gorodischer. Al contrario: como parte de una generación encorsetada en cierto realismo marcado por la llamada literatura del yo, abren un hueco, iluminan las limitaciones de trabajar con lo cotidiano, y van un poco más allá. Huyendo, en lo posible, de las etiquetas.

Gonzalo Castro –a quien le llevó nueve años escribir la novela en medio de sus tareas como arquitecto, responsable del sello Entropía y director de raras películas- es el más enfático a la hora de desmarcarse: “Soy realista, sólo que soy realista en lo lateral. En lo esencial soy vitalista, abogo por la energía y por el espacio narrativo y creo que la realidad se refleja únicamente en las cosas concretas. En los esquemas más amplios de la vida, y de las novelas, la realidad no tiene ninguna importancia”.

Ajeno a las categorizaciones, dice que los trazos futuristas deHélice no buscan ninguna filiación con la ciencia ficción: “Los incluí buscando oxigenación, algo de incertidumbre temporal que me separara de las referencias más cotidianas. Igual los elementos no-reales son pocos y están tratados con la naturalidad de alguien que convive con ellos, con lo cual no se les exige una prueba descriptiva profunda: el éxito de esos artefactos casuales depende más del lector que de mí.”

Hernán Vanoli, que publicó cuentos en antologías y está al frente de la editorial Tamarisco, reconoce que su intención inicial era escribir dentro de los márgenes de lo real, pero que las formas ya ensayadas del realismo no lo satisfacían. “Algunos me señalaron que el libro es una suerte de ‘costumbrismo intervenido’, y me gusta esa idea como programa. Tengo la voluntad de tensionar ciertos elementos que valoro de la hegemonía simbólica del relato realista actual, como el pensamiento sobre lo social, pero busco que el realismo no sea un paradigma sino una frontera por la cual entrar y salir”, explica.

Sin embargo, lo que para Vanoli hace que un texto sea más o menos efectivo a la hora de tensionar esa realidad, no es el género sino el concepto que se tenga de la función de la literatura: “Yo no creo que lo no-realista sea de por sí más interesante, sino que hay que ver qué relaciones sociales concretas y efectivas se traman en cada libro. No me interesan el delirio ni las fantasías técnicas; me interesan las fronteras donde los cuerpos trafican con las tecnologías y donde las tecnologías profanan los cuerpos: desde ahí hay que pensar las cuestiones de ciudadanía cultural y literaria”.

Juan Diego Incardona, que ideó una suerte de “peronismo fantástico” con El Campito (Mondadori), también cree que hay una decisión política en la elección de temas y el recorte geográfico con el que trabaja (el Conurbano bonaerense). Pero no le atribuye la misma racionalidad al uso del género fantástico. “No fue una decisión consciente sino el resultado de los mecanismos de la imaginación –cuenta-. Me gusta inventar paisajes y criaturas, pero trato de que eso esté conectado con la realidad, que lo fantástico sea en versión local, más material que existencial.”.

El quiebre del realismo en algunos de los relatos de Daniel Diez que integran Punta Roja –su primer libro- tampoco forma parte de un programa literario, sino que es resultado del mismo acto de escribir: a veces lo fantástico, dice, le funciona como disparador y otras, incluso, lo ayuda a creer en la historia. “Pienso a la línea que separa lo fantástico de lo real como muy fina, borrosa y escurridiza. En el caso de algunas de las criaturas de mis cuentos, podrían existir perfectamente y por eso, por lo general, el ambiente en el que aparecen resulta conocido. De todos modos, no me preocupa el tema de los géneros ni tampoco creo que la única forma de tratar ciertos conflictos sea a través del realismo”.

Quizás estas incursiones más allá del contorno de lo real sean una manera, como dice el crítico Pablo Capana a la hora de definir la ciencia ficción, de acudir al pensamiento lateral para tomar distancia y mostrar el otro lado del realismo: su costado hipotético.

domingo

TAPA Y CONTRATAPA


Compartimos con orgullo la tapa y contratapa de 76 en alemán, publicada por la editorial Berenberg Verlag.

Grande Félix!!!!






lunes

Buenas Nuevas

Seguimos cautivando al Viejo Mundo: consultado por El Cultural de España, Jorge Carrión mencionó Los Topos, del camarada Bruzzone, a quien conoció gracias a 76. Mientras tanto, en jóvenes tierras sudamericanas, una nueva reseña de Varadero para el amigo Vanoli. ¡Albricias Tamariscos!

Pablo Dema lee "El Asesino de Chanchos"


Hermosa lectura del flamante título de Tamarisco, a cargo de Pablo Dema:

... "En la lógica que dibuja el libro, la estabilidad es sentida como una caída. Dice Mara en “El asesino de chanchos”: “si seguíamos así, cogiendo todo el día y leyendo el diario en la cama, íbamos a terminar comprando un lavarropas o esa clases de cosas”. El sometimiento de la conducta a cualquier clase de normalidad y toda forma de institucionalización de la experiencia es repelida. Pero el margen, la exterioridad con respecto a toda reglamentación social, es una deriva dolorosa. Dije que había pocos pasajes reflexivos en el libro, pero hay uno que es clave: “Después pensé mucho en lo que pasó. Quería buscar algo, un orden, una moraleja, pero por más que daba vueltas no lo podía encontrar”. No hay orden ni moraleja, no hay experiencia que produzca el rédito del aprendizaje. Sin embargo, en este contexto en el que no hay sentido, en el que no hay positividad ni proyectos fuertes, aparece, como una figura paradójica porque proviene del mismo lugar, algo positivo, algo que hacer con la desorientación y la falta de sentido: no negar esa situación, exponerla y, en el mismo gesto, exponerse, escribirla y escribirse, ser por fin algo, ser un escritor, como Luciano Lamberti."

No seas vago, leela completa acá.

miércoles

distribución, reposición

El Asesino de chanchos, que nuestra querida distribuidora cincopantalones había comenzado a hacer girar por allí el mes pasado, empieza a copar las librerías tamariscas.
Además, librería nueva en Recoleta: El Ave Fénix: Pueyrredón 1753 (tel:4825-3627)

jueves

Sin fronteras

Chequeen nuestra sección librerías. Sorpresón. No sólo la Librería Capitulo Dos distribuye a cualquier lugar del país (además de atender en sus coquetisimos locales porteños).
Ahora Tamarisco está en Córdoba y Bahía Blanca. Chequeen aquí, graciosos lectores.
Sin ustedes, no somos más que un arbusto. También itineramos gracias a cincopantalones por todas las FLIAS o Ferias del libro independiente del país.