miércoles

Diccionario de nuevos escritores (para seguir...)

Algunos pescan trucha con mosca. Pero no todos: Luis usa cigarra; Diego, Grillo.
Alejandro no fue a Londres. A paris sí.
En la clase de yudo Tito hace buenos saltos. Maxi, Tomas.
A Walter en primer grado le salía bien la eme. A Matías, la ge.
A Laura le gusta ponerle al pollo chucrut. A Ricardo, Romero.
Reina tiene balcón. Damián, Terrasa.

-Che, ¿y ese Terrasa quién es?
-Dicen que uno que sale ahora por Tamarisco.
-Otro?
-Otro.
-¿Novela?
-Novela.
-¿Esta también es de mafias?
-No sé, más bien parece que es de ruta y de travestis.
-¿Mafias y travestis en la ruta?
-Sí, mafias y travestis en la ruta.
-Y amor?, no hay amor?
-Bueno, nena, obvio, donde hay travestis hay amor.

Un cuento de Félix Bruzzone

La suave curva

Reina no termina de pedirle a Esteban que bañe a Luli, bañá a Luli antes de que la cena esté lista, dice ella cuando él, al atender el teléfono, reconoce la voz de Sergio y entonces los diez años que pasaron desde la última vez que hablaron parecen atravesados por finos vehículos metálicos. Esteban oye el zumbido de la línea telefónica (la voz de Sergio entrecortada por una mala conexión pregunta por un número equivocado) y se imagina él mismo una aguja de plata capaz de andar veloz sobre el borde de la oscuridad para salir del sofá donde está sentado, del living, de la ventana, de la casa y del jardín donde la noche es una curva suave o una rampa.

Escuchar a Sergio, para Esteban (su mujer hace una tarta para el picnic de mañana, Luli lo espera en la bañadera con el oso que ayer le regaló su abuela), es una explosión y un abismo. Así: Sergio en el taller de su padre, el mejor taller en todo Castelar; su padre, con dos dedos menos tras el accidente en la Ford del que se habla en todos los asados, el mejor mecánico de la zona. Sergio Morán. El y Sergio juegan a la pelota, como los demás, en la canchita que los Gutiérrez (sin hijos varones) les prestan a los chicos del barrio. Sergio juega y Esteban, siempre al arco, ataja mejor que cualquiera de los otros. Piensa en el hermano de Sergio, el mayor, Esteban no recuerda su nombre, que a los dieciocho se va del taller tras una chaqueña a la que conoce en un carnaval en Zárate. Esteban piensa en la tristeza de la madre y en el hijo que se queda a vivir en Villa Angela, difuso horizonte de monte húmedo, para no volver.

Sergio en la Ford, después. Sergio en el sindicato y, no mucho después, las reuniones en Martelli con la gorda Blanca, que no se llama Blanca (y Sergio no se llama Sergio) porque es el tiempo en que nadie usa su verdadero nombre. Reuniones cada vez más peligrosas, horizontes nocturnos en llamas, espejismos en acequias sin forma y, de un momento a otro, la necesidad de huir: Sergio primero cruza el Delta, después Uruguay, viaja a México y, última noticia, postal desde Toronto. Sergio suelda juntas en fábrica de autopartes; según escribe, está muy contento.
Esteban mira el cerco tras la ventana y se imagina, él mismo lejos de todo, volver, como vuelve Sergio desde el teléfono, desde el fondo oscuro del jardín, volver con lo puesto, baño a Luli y después comemos, dice, y de algún modo quiere que sea Sergio quien atraviese aquel cerco y diga algo como eso, o que al menos la ayude a Reina con la tarta mientras él baña a Luli para que entonces los cuatro puedan sentarse a la mesa que jamás compartirán.

Después, la comunicación se interrumpe. Esteban, eufórico, alcanza a decir soy Esteban, pero no sabe si Sergio pudo oír algo o si su voz fue una dirección única que, por un momento (pero sólo se trata de un momento), sus manos temblorosas como después de haber oído a un muerto, alcanza a sacudirlo y a alejarlo de Reina, de Luli, de la tarta, del picnic de mañana o de cualquier otro plan posible.

Entonces, Esteban piensa que Sergio vive y, mientras Luli, desnuda en el baño, dice papá tengo frío, mira una última vez por la ventana, ve la curva suave de la noche, o la rampa, y sabe que, tras ella, la historia de Sergio otra vez comenzará a borrarse.

lunes

eclecticos, también recomendamos

Dani Umpi en LA TRASTIENDA (Buenos Aires)

Dani Umpi, la revelación electropop uruguaya, presenta su elogiado disco "Perfecto" en Buenos Aires. Un show desfachatado y festivo con todas sus amigas en escena.

miércoles 18 de Julio - 21.00 hs

http://www.contrapedal.com/news/trastienda-BAJA.jpg
APTO TODO PUBLICO!!!

Las entradas ya están a la venta a $ 20 en

LA TRASTIENDA
Compakta - Salguero 2656 local 7
The Anthology - Av Santa Fe 1670 local Subsuelo 7
Thor - Av Santa Fe 1670 local 51
Oid Mortales - Av Corrientes 1145 local 17
1972 - Thames 1762

***
http://www.daniumpi.com/
http://www.myspace.com/daniumpi

jueves

super recomiendo

Terranova y la crónica salvaje de un santo cerro salteño

EDITORIAL SUDAMERICANA invita a la presentación del libro

LA VIRGEN DEL CERRO
María Livia y el milagro de la fe

de
Juan Terranova.
Con la presencia de María Moreno, Leandro Zanoni y el autor.

Cúspide Libros-Village Recoleta-Vicente López 2050-Jueves 5 de julio - 19.00 hs.

Fragmento sobre Igor


Dos días más tarde, una vez que la casa de gran hermano del marketing se completa, hacemos un poco más de team building. En total somos siete, pero está claro que la puja de poder va a repartirse al interior de un terceto del que estoy excluido. Se me ocurre que en el fondo es un triángulo amoroso, como el de la novela de Levín, en realidad un trío porno, pornografía y marketing. El problema es que todavía no distingo bien cual va a ser mi lugar en la historia, y como soy muy autocompasivo (por lo menos según mi novia) me identifico con el personaje de Ignacy, el adolescente que es encerrado en una mansión como parte del plan maquiavélico del Puto en la novela de Gombrowicz. La última noche, después de comer y de trabajar después de comer en un living que tiene siete computadoras y una luz muy blanca (el que se va a dormir temprano pierde), el líder de proyecto abre un vino y dice que vamos a hacer un juego. En un momento, le preguntan a Ariel que significa el marketing en su vida, y Ariel tira su hipótesis de que el marketing es la superación de la literatura por sus propios medios. Las marcas son los nuevos relatos colectivos, y la política consiste en conseguir que las marcas diviertan a la gente además de sacarle plata. Es el paso que falta, dice, la sociedad como un parque de diversiones gigante. Creo que leí una teoría parecida en algún blog, pero para no ganarme un enemigo más no digo nada.

Al otro día viajo a Guadalajara y hago entrevistas y como mucho con mucho picante y a la noche a veces vomito porque no me gusta engordar y se me ocurre escribir una novela narrada por una especie de Cielo Latini masculino que viaja a un congreso de escritores en Mexico para hacer promoción de su libro y termina enamorándose de Mario Bellatin que lo desprecia y trata de convencerlo de que se anote en su escuela de escritores.

lunes

Viejo grosso



Y el que no se fundió el fin de semana largo, a comprar la novela de Levín y la de Wapner...

jueves

El sushi es una mierda



Daniel toma Coca Zero sentado en el sillón del living. Hace un rato que llegó el delivery con la comida, pero su mujer habla por teléfono con alguna de sus amigas, organizan un asado en un country para la semana que viene, cuando haya terminado el campeonato. Una vez Daniel escuchó que su señora le contaba a alguien del Rivotryl. Le armó un escándalo y casi le pega. No iba a ser la primera vez que las amigas de su esposa hablasen con el periodismo. Pero al final no pasó nada y ahora las cosas están mejor.
Por más que tiene hambre, Daniel espera a su mujer para cenar. Esta noche la mucama tiene franco. La tele divaga con películas dobladas al castellano y la repetición de un torneo de golf. Daniel está cansado, y no le parece mal momento para abrir un vino, dormirse rápido. Desde la calle se escucha el ruido de un camión de basura y, de repente, un petardo. Daniel se sobresalta. En lugar del vino busca el teléfono inalámbrico, marca cero pero su mujer sigue hablando. Y entonces no lo puede evitar. Ahora sí va a buscar el vino a la cocina. Pero antes de levantarse ya cambió de canal con el control remoto.
Los equipos todavía no salieron a la cancha y las cámaras enfocan a algunos jugadores que están en las tribunas. De repente, en un primer plano, la cara de Francis Ford Coppola. Daniel mira la botella de vino y vuelve a mirar a la pantalla. No está loco. Es él. Daniel vió El Padrino como un millón de veces. A todas las vió. Su favorita es le primera: Daniel es un tipo clásico. Siempre las lleva a las concentraciones y se las presta a los muchachos para que la corten un poco con el porno. Un ex colaborador le trajo una edición de lujo de los Estados Unidos, pero Daniel no abrió el paquete para no arruinarlas. Lo tiene guardado en su placard, entre los trofeos. ¿Pero qué mierda hace Coppola ahí? Por un momento piensa que es un doble y lo hicieron para joderlo, para que lo vea él, los de la tele siempre estuvieron arreglados con los bosteros. Pero la paranoia cede y Daniel vuelve a pensar en su pasado. En lo que hubiese sido su vida si no lo agarraban esa noche, si seguía en el club. En la cara de su viejo cuando le contó que se iba a River. Otra vez, vuelve a imaginarse presidente, la franja celeste y blanca cruzada en el pecho. Presidente, piensa, no como el negro de mierda ese. Suerte de mierda, piensa. En la tele, el negro salta y tira besos desde el palco. Otra vez parece un mono. Después le entregan una plaqueta a un tipo que jugaba en su mismo puesto y era el antifútbol en persona. Pero tenía suerte. Hoy pierden, piensa Daniel.
Cuando su mujer vuelve con el sushi servido en una bandeja, un segundo antes de que ella se interponga entre él y el televisor, Daniel escucha gritos y bocinazos desde la calle. Correte, me tapaste el gol, ¿en este momento tenías que venir? Su mujer sabe lo que se acerca y dice que va a la cocina a buscar servilletas. Daniel mira los festejos, el humo de las bengalas, y siente frío en las manos. Piensa en el hijo de puta de Ramón. De chico le dijeron que un mal trago se pasa mejor con algo rico. Entonces estira el brazo y se embucha dos pedazos de sushi. El salmón crudo está helado y a alguien se le fue la mano con el wasabi. Daniel tose, escupe en la alfombra. Putea con la boca llena. Su mujer vuelve y le pregunta que le pasa, le dice que no mire los partidos si no quiere amargarse. El sushi es una mierda, dice Daniel. No puedo creer que lo cobren lo que lo cobran. Después apaga la tele y va a la cocina. Busca otra copa de vino en la alacena y de la heladera saca un tupper con fiambre. El tarro de mayonesa. Galletitas de agua. Cuando vuelve al living, su mujer se sirvió vino y le comenta que estas vacaciones le encantaría volver a Tahití.
Antes de dormir, acostado en la cama, Daniel se pone a leer la biografía de Alejandro Magno que le regaló un dirigente del club. Uno de los pocos que todavía lo apoyan. Pero no puede concentrarse. Hace un rato, mientras lavaba la vajilla, escuchó el segundo estallido. Y al salir de la ducha el tercero. Su mujer deja la revista de modas que estaba leyendo y le hace caricias en los hombros. El libro de Alejandro Magno cae a un costado de la cama, cerca de las pantuflas de River que le regalo un chico paralítico. Al principio Daniel piensa en Coppola, en Michael Corleone, en su propio padre. Hasta que se relaja. Su mujer lo hace girar y empieza con los masajes en la espalda. Daniel abre la boca sobre la almohada de plumas. Escucha el roce de su mujer al desvestirse. Estira los brazos con la mente en blanco, y justo cuando empieza a suspirar suena el teléfono. No atiendas, dice su mujer. Pero Daniel sabe que si no se levanta el teléfono va a seguir toda la noche. Le hablo dos minutos y no jode más, dice. De paso traigo un shampucito de la cocina. Resignada, su mujer le hace una última caricia en la nuca. Daniel se destapa, camina lento por el living, sin encender las luces.
Atiende.
Del otro lado el jadeo de siempre. Es él.
¿Ariel?... ¿Ariel, sos vos? Son la una y media Ariel… ¿fuiste al médico hoy?
Ariel tiene hipo.
Dice que el domingo quiere jugar. Está muy borracho.
Daniel le dice mañana hablamos, tengo que dormir.
Y entonces, en voz muy baja, del otro lado del tubo Daniel empieza a escuchar: dale Bo, dale Bo, dale Bo…
Este microrelato fue publicado en la revista Goles.

lunes

¿Qué tiene Mario Bellatin?

La impostada seducción de una obra

La obra del mexicano prolifera de la mano de distintas editoriales. En pocos meses, aparecieron en Argentina tres títulos: Jacobo el mutante, Pájaro transparente y Detrás del gran vidrio. Su mito de autor "exótico", los juegos intertextuales y autobiográficos, su fría prosa visual, por momentos hermética y por otros estática y misteriosa, genera un festejo casi unánime por parte de la crítica, que lo considera una verdadera estrella literaria.

Desde hace un tiempo, Mario Bellatin cultiva una obra dosificada en breves libros que desvelan a la crítica y entusiasman a editoriales de distinta envergadura:en pocos meses, es posible que aparezcan varios títulos del autor que, a esta altura,tiene asegurada una cobertura amplia la prensa especializada. Sus libros se reseñan y se festejan junto a fotos del autor; su brazo ortopédico y mirada profunda suman ingredientes a la "rareza literaria".
En la faja que cubre Detrás del vidrio puede leerse la frase que le destina un crítico local al autor: "una de las estrellas literarias de la escena latinoamericana actual". Pero, ¿qué mágico atractivo contienen sus libros y qué efecto de lectura provocan? ¿Qué deslumbra a los críticos?
Imagen pública. Bellatín se presenta a sí mismo como una rara avis; sus performances –entre la farsa y el histrionismo- acompañan su obra, plagada a su vez de autorefencialidad. Se siembran pistas como un hilo de Ariadna desde la autobiografía a la ficción. Desde luego, el rol protagónico está concentrado en su brazo ausente y sus respectivas prótesis, que han servido de metáfora a críticos que gustan hablar de su "ortopedia narrativa". Sus intervenciones van desde la atribución de un texto teatral suyo a Samuel Beckett, hasta la organización del Congreso de Escritores Mejicanos en París. En esa ocasión, cuatro dobles hablaron en lugar de los verdaderos escritores convocados. En Méjico, dicta un taller literario. Entre sus "controvertidos" métodos, desaconseja escribir.
Gestos. Pájaro transparente (Mansalva) es un rearmado de obras anteriores y ensaya una continuidad: reescribe sobre lo escrito para volver al conocido gesto borgeano de Pierre Menard. Se dice que Bellatin "tiene vocación de copista" –y el mismo autor funda el origen de la operación admitiendo su gusto por copiar, por ejemplo, la guía telefónica. El mejicano contruye un destino de autor que aún no completa su obra, porque su obra, siempre "está en otro lado". No en los fragmentos –libros- que aparecen aquí y allá con ímpetu "airano". A este aspecto, se le suma su inclusión de varios géneros, casi hasta la hibridación. El análisis del narrador de una supuesta obra de Joseph Roth (otra vez el juego intertextual), en Jacobo el mutante, recrea el tedio del más anacrónico tono del género "tesis académica". Estos recursos resultan fértiles. El autor parece desafiar la capacidad de abstracción y los modelos analíticos de la crítica, y contribuir a la descomposición del objeto de la teoría literaria. Como en César Aira, el libro carece de importancia: Bellatín contruye patchworks. ¿Hay algo más tentador y desafiante para un abordaje crítico que la pretensión del mismo objeto por configurarse, a primera vista, como algo complejo e inasible, capaz de desarticular sus propios estatutos? ¿Es una obra desestabilizadora, de rigor iconoclasta,? ¿O es un andamiaje conciente de su fin, fijado en su propia idea reiterada de buscar cierta "indeterminación"?
En Pájaro... se lee: "El lenguaje nunca es lo suficientemente escaso." La pretensión minimalista se plasma en textos austeros, de prosa fríamente descriptiva que no temen a la "reiteración". Ésta palabra usa Alan Pauls para definir el recorrido de La escuela del dolor humano de Sechuán. Algo aplicable también -entre otros- a El gran vidrio. Allí los personajes son descriptos y vueltos a describir cada vez que aparecen y con los mismos términos, a riesgo de que el martilleo semántico se vuelva pura redundancia lineal.
Todo tan sugerente que. Bellatín ha dicho: "odio narrar". La construcción de escenas detenidas más que de progresión, ha provocado que se lo compare con otro cultor de imágenes estáticas y esteticistas: el por lo menos "sofisticado" David Lynch. Además, Bellatín escribe corto. La lectura más obvia, señalaría la brevedad como condición de posibilidad de que sus libros proliferen al ritmo de las exigencias editoriales. Por otro lado, da lugar a la concepción del libro como objeto necesitado o plausible de lucirse en todos los aspectos de la edición. En Jacobo...vemos fotos terrosas de matorrales y lagos de agua crispada. Se supone que connotan el texto; pueden ser accesorias pero invitan a pensar...que por algo están allí. Como los blancos en El gran vidrio.
Perplejidad. Tópicos que rozan la aberración, datos autobiográficos y misterios, mutaciones, enfermedades extrañas, eslabones perdidos y rituales musulmanes y cabalísticos, son las constantes de los útlimos libros. Siempre hay "señales" en el camino de los personajes, o sueños premonitorios a medio explicar. La obra sugiere que hay varias capas, que nada es ingenuo, un halo de trascendencia esconde significados que buscan ser revelados y que apelan, básicamente, a una lectura intelectual. En la falta de dirección –falencia intencional- se lee siempre una sugestiva y pretensiosa indeterminación. Los libros de Bellatín se presentan como hiperanalizables, buscan una exégesis literaria casi sagrada –que ha logrado canonizarlo. Porque más allá del frío manto de ambiciosa retórica, la obra arroja el tramposo anzuelo ideal para lectores intelectuales y críticos: incluye en sí misma las hilachas para tejer, de manera articulada, su propio aparato crítico, por dentro y por afuera de la literatura.

Publicado en el Suplemento de Cultura de Perfil. Buenos Aires.

martes

¿Por qué, Urman? ¿Por qué?


Urman está sentado a mi mesa comiendo lomito con papas fritas. Ya hicimos los comentarios de opciones de tapa. Estamos todos de acuerdo. Carlita Gnoatto con sus maravillosos diseños. La imagen de la editorial sigue con la misma calidad. No se imaginan.
Mi gata sube a la mesa y Urman le clava un cuchillo. Las papas no, dice. Vanoli se ríe desde el sillón. La gata sangra y me asusto. No quiero que muera.

Recomiendo cine


El jueves a las 21 hs, en el Centro Cultural de la Cooperación se estrena Tierra de refugio, de Hernán Belón y Favio Ficher.


Aquí, un texto que escribí sobre la peli y que se publicó ayer en Perfil; que espero persuada a todos. ¡véanla!




Nueva Mirada del exilio (militancia en los 70)





Las formas de la política y la represión; la historia y sus ejes de movimiento y cambio, las víctimas y los victimarios bajo una mirada desviada de ajenos intereses cruzados. El abordaje de los setenta en la Argentina suelen tener hoy, desde los medios masivos, la impronta consolatoria del lugar común. El estreno el próximo jueves a las 21, en el Centro Cultural de la Cooperación, de Tierra de refugio. Historias del exilio, documental filmado en Francia y dirigido por Hernán Belón y Favio Fischer es, sin dudas, un evento para celebrar.
Como en una elaborada obra de ficción, el film se arma a partir de personajes disímiles, coloridos y complejos que componen a coro una historia que tiene al exilio político como experiencia común. Sin embargo, el desarraigo tiene orígenes en que lo íntimo se cruza con lo político, y lo particular con lo social.
Pasado y presente. Los relatos sobre la elaboración de la pérdida y la integración a la sociedad francesa muestra todos los matices, donde ni la nostalgia ni la victimización como tópicos son los ejes centrales. Y es aquí donde la mirada sensible e inteligente de Belón y Fischer genera una suerte de fértil incomodidad: las contradicciones, los ideales, la tensión entre identidad e integración, entre pasado y presente, y las crueles incógnitas del sistema represivo militar y de la triple A; todo se pone en juego en las voces de –entre otros- Jaime, un personaje carismático, sionista arrepentido que afirma que "Una vez que se muera Castro, toda latinoamérica será castrista". O Cristina, ex montonera, viuda de "Pichón", un joven desaparecido, que habla sobre la metodología de ciertas operaciones del grupo, sus nulas ganas de volver a Argentina, su trabajo actual en la recuperación de adictos, y la vida de sus hijas en una cultura tan lejana a la de sus orígenes. "No tengo nostalgia –dice- cuando llegás a un país donde la seguridad está garantizada, todo el resto no te presenta incovenientes. Le dí mucho a mi país, y no sé cuales fueron los resultados". Pero el hallazgo de la obra es que se arma en varias direcciones; sin quedarse únicamente en el pasado de militancia y represión.
Futuro. Entre el raconto de cada exiliado, asistimos al viaje – y sus alegres preparativos - de estos personajes rumbo a Lyon, lugar de reencuentro de todos los refugiados latinoamericanos en Francia, un asado que organizan todos los años en agradecimiento a la solidaridad de aquel país. Las imágenes luminosas de chilenos, argentinos y centroamericanos con sus hijos, al ritmo de martillos que sujetan andamios que serán carpas, el chasquido del fuego para el asado y los juegos de sobremesa muestran una nueva forma de comunión; cierta capacidad de organización en tiempo presente. Y es que, por lo bajo, entre frustraciones y nuevas conquistas, el documental puede verse, también, como el retrato dinámico de toda una generación.