lunes
Quince Años
Una de las cosas que nunca voy a dejar de agradecerle a mi padre es que me haya hecho jugar al rugby. Ese no había sido un buen año para mí y en los únicos momentos en que la pasaba bien era durante los partidos. La carrera que había elegido no terminaba de convencerme y Mercedes, mi mejor amiga, se había ido a Alemania dispuesta a convertirse en artista visual a cualquier precio. Decía que acá todo llegaba tarde y que para colmo el circuito era muy reducido y la asfixiaba. A mi madre, que ya estaba enferma, la veía una o dos veces por mes. Cuando le conté que había empezado a entrenar con la primera me regaló el auto y me pidió que por favor tratase de ocuparme de Sabrina, mi hermana menor. Mi madre iba a internarse en poco tiempo, y a mi padre no le importaba nada.
Justo en dos semanas era la fiesta de quince de Sabrina y se me ocurrió hacerle un regalo especial para mejorar la relación, pero no tenía idea de lo que podía llegar a interesarle. La veía como un exponente más de las que habían sido mis compañeras del colegio secundario, chicas de country que ahora ya tenían hijos y seguían viviendo de sus padres. Una tarde, cuando calculé que estaba en el colegio, pasé por el departamento donde vivían con papá y aproveché para meterme en su habitación. Lo único interesante que encontré fueron unas fotos recortadas de diarios que había debajo del vidrio de su escritorio. Fotos viejas de la reina de Inglaterra. De Máxima por las calles de Rotterdam. Fotos del funeral de Lady Di.
Unos días después llamé a Sabrina a su celular y le dije que mi regalo para sus quince años iba a ser un retrato a cargo de un pintor joven muy importante que Mercedes me había recomendado. Tenía que empezar a pensar cómo iba a peinarse, qué se iba a poner, y el lugar donde iba a colgar el cuadro una vez que estuviera terminado. No parecía muy entusiasmada, pero igual me dio las gracias. Nos quedamos callados y cortamos.
El día de la fiesta hacía mucho frío y entre los invitados encontré a un chico que jugaba en mi mismo club. Le decían el Indio, era wing en menores de diecinueve y nos habíamos besado alguna vez. Yo tenía su número. Le mandé un mensaje de texto donde puse que si tenía ganas en cinco minutos lo esperaba en el baño que había afuera, en el jardín. Debía faltar por lo menos media hora hasta que Sabrina bajase a saludar a todo el mundo. El Indio me contestó rápido. Una vez que lo vi salir esperé un rato y fui a encontrarme con él.
Fumaba un cigarrillo apoyado contra el vanitory. Me acerqué, lo agarré de la corbata y empecé a ajustársela. El inclinó la cabeza hacia atrás con una sonrisa. Tiré más. La sonrisa se desarmó y tuvo que abrir la boca para tomar aire. Después le saqué el cigarrillo de las manos, lo apagué en el suelo y nos empezamos a besar. Me desabrochó la hebilla del cinturón. Había un solo cubículo y abrimos la puerta. Arrodillada frente al inodoro, con miles de dólares en satén desparramados sobre el piso de mármol, Sabrina se metía los dedos en la boca y vomitaba.
Al terminar se dio vuelta, y sin mirarnos a los ojos ni tirar la cadena se enjuagó las manos y salió. La vimos alejarse.
Parecía que flotaba sobre el césped.
Parecía una princesa.
(texto publicado en al revista Ñ)
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4 comentarios:
Sublime H V, ya te lo dije
a mi me hubiera gustado mas que el amigovio rugbier jugara de full back, como el puto de corleto corneto cormillot
vanoli no entendio nada!!!
contundent text
happy birthday, contepomi!
NUEVAMENTE!!!, no me canso de leer este texto
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