Conocí a Damián Terrasa en un partido de fútbol cinco organizado por amigos en común. Casi todos éramos escritores y todavía recuerdo a Rafael Bolomo vistiendo jeans y ojotas, o sandalias, intentando gambetear jugadores. Damián jugó poco. Como yo. Y, otra coincidencia, jugamos mal. Después supongo que las coincidencias habrán seguido porque el “parto de la novela” (como lo llama él, si no que me desmienta), al menos en su etapa final, fue algo fluido, como si La marca del milagro hubiera estado hecha especialmente para Tamarisco. Cuando lo conocí él ya vivía en España y había venido a Buenos Aires de visita y para algo más, igual que ahora. Creo que esa vez recorrió algunos lugares del país con Gloria, su chica española, y sólo mucho después, cuando leí su novela, supe que aquel viaje había sido en parte un recorrido por los lugares que recorren los personajes de La marca del milagro, su primera novela que ahora sacamos los chicos/as tamariscos/as.
Bueno, me toca hablar de la novela, que todos los que la leímos recomendamos con fervor revolucionario, o contrarrevolucionario, como quieran. La marca del milagro es muchas cosas: lupa, telescopio, bla, bla. La contratapa dice: radiografía, así son las contratapas. Y yo agrego que también es el radiólogo y su familia de vacaciones en las cataratas, el ruido sordo del agua y el ruido sordo del radio en la sangre del señor radiólogo que dice sí, querida, tomémonos un día para ir a Ciudad del Este a comprar ese plasma que vimos antes de venir mientras los chicos se divierten en el hotel. Y más, La marca del milagro tiene, como la felicidad del radiólogo y su familia, ambientaciones litoraleño-mesopotámicas y una trama desatada (motivo por el cual se ha puesto un precioso mapa-orientativo al final) en medio de una lengua desatada (cosa para la cual, se entenderá, el único mapa posible es la misma novela). La marca del Milagro a veces es una comedia de enredos y otras directamente una joda. En todo caso, un acento que titila adentro de un televisor y en las letras desaforadas de las cumbias y el death metal que compone Nicolasito-Augusto, protagonista. Por momentos, muchos, la lectura deja la sensación que deja en el paladar la inhalación del ácido muriático, o la de un caramelo fizz, en fin: un mundo de sensaciones. Y también es una novela que se vuelve melodrama objetivista en el capítulo de la aceituna (que en breve leerá Damián), y novela existencialista de esa aceituna que está a punto de ser devorada. Es un melodrama brasilero o mejor: un melodrama merco sureño, y sobre el final, y sin riesgo de adelantar el desenlace, un cuento de selva y alimañas, y por sobre todo: una ducha fresca, un niño (hombre) que volvió de la muerte y canta sus canciones milagrosas, (¿un desaparecido que canta?), una para ver en familia, o para ver el domigo, panza arriba, puteando al referí, o para ver directamente desde la tribuna. Y, si se quiere, la tribuna misma y el mismísimo espectador dominguero.
Para terminar, más literatura. Yo hace mucho leí La guaracha del Macho Camacho, de Luis Rafael Sanchez, que al final trae un apéndice con la letra de La guaracha del Macho Camacho, titulada “La vida es una cosa fenomenal”. A nosotros, para La marca del milagro, nos hubiera faltado poner, además del precioso mapa-orientativo de personajes, el cancionero de la novela, o incluir un CD. Lo del cancionero hubiera sido más viable (la producción de una novela ya es algo complicado para una editorial como la nuestra, no me quiero imaginar lo que sería la de un CD). Igual, habría que ver qué opinaba Damián, que hubiera tenido que ponerse a completar los temas que salpican la novela, etc. Ojo, eh, todavía hay tiempo, capaz que con la segunda o tercera edición nos convertimos en discográfica independiente y salimos con hits como “Violencia familiar”: “nara niana niara, nara niana niá, nara niana niara, nara niania niá, vio-len-cia, tu tu tute tuzzú, in-jus-ti-cia, tu tu tute tuzzú, ooooooh-diofa-miliar, vio-len-cia, tu tu tute tuzzú” o la hermosa canción que dice: “Estabas, estabas en el baile y me mirabas a mí. Bailabas, bailabas con el yuta y pensabas en mí. Porque te conozco… muñequita mía… porque te conozco desde que te vi. Porque te conozco… yo sé lo que piensas… tus ojos no mienten muñequita sí…” Y se puede seguir, hasta pueden hacer el cancionero ustedes mismos cuando lean la novela, que no sólo es una novela sino que es, como la vida en “La guaracha del Macho Camacho”, una cosa fenomenal.
2 comentarios:
Es todo verdad. Esta novela es una cosa fenomenal: por espacio de una semana me convertí en la loca que lee en los bondis y se ríe sola a carcajadas.
Cómprela señora, para el arbolito.
Hágale caso a María, señora!!!
Sólo 28 pesitos y la novela ya es suya.
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