Por Sonia Budassi
“En el velorio de Soriano, llamaba la atención que se acercaran a despedirlo un sinfín de lectores anónimos. Me acuerdo de un padre y de un hijo, los dos con la camiseta de San Lorenzo, el club de Soriano”, escribe Guillermo Saccomano en una nota homenaje al autor que permaneció en la categoría de “best seller nacional” después del boom latinoamericano. Su primer novela, Triste, solitario y final, que se dio a conocer en 1973, llegó a vender más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Durante su exilio, que duró hasta la vuelta de la democracia, siguió publicando; en muchos casos sus libros se editaron afuera mucho antes que en el país. Historias como la de No habrá más penas ni olvido— recién se publicó en Argentina hacia 1982— eran leídas en el exterior como una versión de los hechos de lo que ocurría en Argentina. Su éxito se mantuvo a lo largo de los años. En la década del 90 fue el escritor nacional vivo más vendido y leído. Durante la década del 70 escribió en la sección deportes del prestigioso La opinión y llegó a decir que ahí aprendió la fórmula de “trabajar poco y salteado”. A su regreso al país participó en la fundación del diario Página/12, donde escribió hasta su muerte legendarias contratapas autobiográficas, donde los personajes eran el sur, su padre y un viejo Gordini de chapa impecable o gatos desamparados en el Jardín Botánico.
A diez años de su muerte, causada por un cáncer de pulmón, se escribió muchísimo y se opinó aún más sobre su vida y sus libros pero los estudios rigurosos no abundan: apenas un libro de Marcela Croce, Osvaldo Soriano: el mercado complaciente, que ya desde su título expone su sesgo crítico.
Al día de hoy, las notas tampoco se alejan del homenaje y su tediosa carga nostálgica que sirve, en última instancia, para dejar inmóvil una obra como pieza en la vidriera de un olvidado negocio de antigüedades (literarias). No se arriesga mucho cuando se afirma que la muerte opera sobre un autor a favor de la canonización de su obra o, si no hay suerte, del más profundo olvido. Entonces, ¿cómo leer a Soriano hoy? ¿Sigue el mercado avalando su producción?
Como ocurre con otros autores exitosos en términos de ventas, no se ha podido salir de las lecturas que se mueven en la cómoda dicotomía “academia-mercado”. En todo caso, es preciso alejarse del sentimentalismo que evocan los recuerdos del “personaje entrañable que era el Gordo”, y salir de esa dualidad en el intento por cifrar los discursos que rodearon y permanecen en torno a su obra.
En contexto. No habrá más penas ni olvido se publicó en Argentina cuando aparecían otras novelas que daban cuenta del violento momento político del país. Respiración artificial de Ricardo Piglia o Nadie nada nunca de Juan José Saer tematizaban el presente y desarrollaban historias cifradas –cada uno en su propio estilo–, poniendo en cuestión la posibilidad de un relato, en casos violentando el lenguaje y la noción de género, expresando la crisis del realismo y la imposibilidad de narrar aquel presente bajo estructuras cerradas. Por su parte, Soriano trabaja un lenguaje transparente con historias lineales y referencias al cine, al policial negro y a la mística peronista. Así, mientras la crítica de la época celebró sumar al canon a los primeros autores, ignoró al último –suerte que corrió también Jorge Asís con el otro bestseller de época Flores robadas en los jardines de Quilmes.
Soriano sin mercado. Tuvo el mérito de ser uno de los autores mejor cotizados de la industria editorial argentina. Juan Martini, en el prólogo de A sus pies rendido un león, escribe: “Fue uno de los primeros que advirtió que a las editoriales les interesaba, y mucho, un segmento de la creación literaria que estuviese en condiciones para salir a lidiar (con ella) sabiendo de qué se trataba; fue claro y firme en sus exigencias. También es cierto que no entraba en sus cálculos –como lo dijo alguna vez– perder un solo lector. Sabían sus amigos, conocidos y allegados que Osvaldo Soriano soñaba con vender un día toda su obra a una editorial cobrando un anticipo de un millón de dólares y con que alguna de sus novelas se filmase en Hollywood.”
Casi lo consiguió: sus novelas fueron adaptadas al cine y, en 1995, Editorial Norma adquirió los derechos de su obra por quinientos mil dólares. Pero algo cambió luego de su muerte: en 2003, Editorial Planeta compró aquellos derechos para su sello Seix Barral a sólo ciento veinte mil. En Osvaldo Soriano. Un retrato, de Eduardo Montes-Bradley (Norma), libro que recoge testimonios y busca configurar una imagen del autor, Martín Caparrós afirma: “Cuando murió se habló muchísimo de Soriano y se empezó a construir el mito. Sin embargo, no se vendieron muchos libros. Había vendido tantos libros, y en ese momento todos los medios se ocupaban de él, pero eso no hizo que la gente lo leyera más”.
Soriano construyó su leyenda gracias a su idiosincrasia: confesadas ambiciones, simpáticas manías personales, calidez y solidaridad para con sus allegados (Rodrigo Fresán, entre otros, da fe de su generosidad). Pero también relaciones polémicas y un costado popular, que encaja con su poca educación formal –por la cual, desde luego, fue criticado–, su pasión por el fútbol –era hincha fanático de San Lorenzo–, una vida noctámbula –se despertaba por la tarde y llamaba a sus amigos de madrugada para que le cuenten qué había pasado durante el día– excéntricas supersticiones felinas –creía que los gatos lo ayudaban a escribir– condimentado con un firme recelo y una consecuente agresividad para con sus detractores. La creación de sentencias literarias que se popularizaron hasta el slogan, como la del personaje que dice: “yo nunca me metí en política, siempre fui peronista” también fueron parte de su universo. Todo en el marco del gran relato setentista que tiene en el exilio su fractura más nostálgica.
Crítica y lector. Cada volumen de la última edición de su obra es acompañado de un prólogo de reconocidos autores, desde Tomás Eloy Martínez a Osvaldo Bayer. En la mayoría de los casos son escritores con los que tuvo algún tipo de relación, personal o laboral. Cada obra tiene, entonces, el aval de otra firma que se asume prestigiosa, lo que puede leerse como una operación para legitimar al best-seller en otros ámbitos.
Juan Saturain, en Osvaldo Soriano, un retrato, dice: “El Gordo tenía una relación con la literatura muy particular. Él siempre se sintió como un paracaidista en la literatura, más que paracaidista alguien que había entrado en la literatura sin pedir permiso, como con trampa, por la ventana, por la puerta del fondo; nunca se sintió un literato”. En este sentido, puede pensarse a Roberto Fontanarrosa como una versión apolítica de Soriano. ¿Quién no escuchó decir al dibujante rosarino, también amante del fútbol y la cultura popular, que se inició en la literatura por mera pasión, y que, en este sentido, está afuera del campo literario? Sin embargo, para Soriano, como para tantos otros best-sellers latinoamericanos, la indiferencia de la academia o el desdén de la crítica fue algo conflictivo. No llegó a ser feliz con la inaudita cantidad de lectores que lo seguían. Como si no pudiera aceptarse que literaturas diversas conviven gracias a públicos variados, y en ámbitos diversos, no soportó ser ignorado o maltratado por algunos. La anécdota es verídica: Charlie Feiling escribió una reseña de Una sombra ya pronto serás que decía: “Soriano es a la literatura lo que el menemismo es a la política”. A partir de ahí, el autor hizo lo imposible para que echen al escritor del diario Pagina/12. Por suerte, pronto todo se arregló entre ellos y Feiling no perdió su empleo. Pero no eran extrañas ese tipo de actitudes. En el libro de Montes-Bradley, Liliana Hecker confirma: “A Soriano no le gustaba mucho las críticas, y tomó medidas injustas contra gente que lo cuestionó. Eso no le quita mérito, era un hombre complejo, de la misma manera en que era un tipo terriblemente querible.”
Hecker publicó, en la célebre revista El ornitorrinco una reseña de No habrá más penas ni olvido. “Era una crítica bastante dura”, confesaba la escritora. “La novela toma un sector de la realidad nacional de los 70 químicamente aislada del resto. Es decir, en la novela no hay más que peronistas: peronistas buenos y peronistas malos”. La crítica posterior no se alejó demasiado de aquellas líneas interpretativas. Se acusa a la narrativa del autor de “simplista” y “superficial”. Martín Prieto, por ejemplo, sigue a María Teresa Gramuglio quien afirma que Soriano suma un capítulo más “de la eterna lucha entre los buenos (los honestos peronistas de la primera ola, la juventud) y los malos (los advenedizos, la burocracia política y sindical, las bandas armadas)”. En su reciente Breve historia de la literatura argentina, Prieto escribe: “Mantuvo vigente su pacto con el gran público a partir de una fórmula exitosa desde Triste, solitario y final, su primera textualización: temas complejos, pero reducidos a sus vectores de fuerza principales, siguiendo los lineamientos simplificantes de la alegoría. De este modo, la vastedad del país, en No habrá más penas ni olvido, es empequeñecida al tamaño de Colonia Vela, un pueblo imaginario de la provincia de Buenos Aires, y la complejidad ideológica del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronistas en los años setenta, a una satírica pelea entre un borracho preso, un loco, un comisario, el piloto de un avión fumigador y un viejo empleado municipal que convierten la novela en un episodio desprovisto de historia, política e ideología.” Vale señalar excepciones: entre sus seguidores, los hay también profesores universitarios. El año pasado, el crítico cordobés Rogelio Demarchi afirmaba, en el sinuoso artículo, Novelas marcadas: Soriano contra Puig, que la obra del primero debe leerse en diálogo con la del autor de Boquitas pintadas. Este es uno de los pocos intentos –sino el único- de un académico para reivindicar al escritor.
Estrategias textuales. “Tenía un gran talento para llegar a la gente y eso no se puede cuestionar. Sus amigos y sus lectores lo han querido mucho”, dice Hecker reiterando la idea que, palabras más, palabras menos, utilizan todos los que han criticado sus libros. Así, despliega una retórica sagaz: en un doble movimiento, efectúa una concesión -se acepta que “tenía gran talento”- y, al mismo tiempo, le quita relevancia en el campo literario -circunscribe el resultado de su “talento” a sus “lectores” o “amigos” que lo “querían”; hábilmente, sugiere que el afecto es un efecto de lectura válido en ese mismo terreno: el del vínculo. Aunque cierta, la afirmación es una maniobra retórica que logra quitar el problema -la obra- del medio de la discusión. Destinos póstumos. Habrá que rastrear las marcas que deja su figura entre los escritores de hoy; ver si su sombra se despliega o se oculta en la producción de los nuevos narradores, quienes, después de todo, recomendarán su lectura o cristalizarán su obra como un objeto fóbico de la literatura argentina para que quede en el olvido. Nuevas lecturas deberán confirmar o desmentir si las peripecias – y la perseverancia- del periodista “Osvaldo Soriano”, protagonista, junto al detective Marlowe, de Triste, solitario y final, se vuelven previsibles hacia el final del libro; si la acción sigue capturándonos aún más que los diálogos algo pretenciosos de Una sombra ya pronto serás; si sus estrategias narrativas, hoy despojadas de su referente histórico inmediato, actúan como un foco para cifrar el presente o si en las palabras de los habitantes de Colonia Vela reverberan los ecos oportunistas de una sentencia inapelable. Descubrir si sus personajes, algunos tan entrañables como se dice fue su autor, se animan a desequilibrar los contornos de una época conflictiva o se repliegan en una seducción refleja que no logra conmover fuera de aquel lugar, traicionero y frágil, en que se ampara la nostalgia.
Publicado el domingo 21 en Cultura de Perfil
A diez años de su muerte, causada por un cáncer de pulmón, se escribió muchísimo y se opinó aún más sobre su vida y sus libros pero los estudios rigurosos no abundan: apenas un libro de Marcela Croce, Osvaldo Soriano: el mercado complaciente, que ya desde su título expone su sesgo crítico.
Al día de hoy, las notas tampoco se alejan del homenaje y su tediosa carga nostálgica que sirve, en última instancia, para dejar inmóvil una obra como pieza en la vidriera de un olvidado negocio de antigüedades (literarias). No se arriesga mucho cuando se afirma que la muerte opera sobre un autor a favor de la canonización de su obra o, si no hay suerte, del más profundo olvido. Entonces, ¿cómo leer a Soriano hoy? ¿Sigue el mercado avalando su producción?
Como ocurre con otros autores exitosos en términos de ventas, no se ha podido salir de las lecturas que se mueven en la cómoda dicotomía “academia-mercado”. En todo caso, es preciso alejarse del sentimentalismo que evocan los recuerdos del “personaje entrañable que era el Gordo”, y salir de esa dualidad en el intento por cifrar los discursos que rodearon y permanecen en torno a su obra.
En contexto. No habrá más penas ni olvido se publicó en Argentina cuando aparecían otras novelas que daban cuenta del violento momento político del país. Respiración artificial de Ricardo Piglia o Nadie nada nunca de Juan José Saer tematizaban el presente y desarrollaban historias cifradas –cada uno en su propio estilo–, poniendo en cuestión la posibilidad de un relato, en casos violentando el lenguaje y la noción de género, expresando la crisis del realismo y la imposibilidad de narrar aquel presente bajo estructuras cerradas. Por su parte, Soriano trabaja un lenguaje transparente con historias lineales y referencias al cine, al policial negro y a la mística peronista. Así, mientras la crítica de la época celebró sumar al canon a los primeros autores, ignoró al último –suerte que corrió también Jorge Asís con el otro bestseller de época Flores robadas en los jardines de Quilmes.
Soriano sin mercado. Tuvo el mérito de ser uno de los autores mejor cotizados de la industria editorial argentina. Juan Martini, en el prólogo de A sus pies rendido un león, escribe: “Fue uno de los primeros que advirtió que a las editoriales les interesaba, y mucho, un segmento de la creación literaria que estuviese en condiciones para salir a lidiar (con ella) sabiendo de qué se trataba; fue claro y firme en sus exigencias. También es cierto que no entraba en sus cálculos –como lo dijo alguna vez– perder un solo lector. Sabían sus amigos, conocidos y allegados que Osvaldo Soriano soñaba con vender un día toda su obra a una editorial cobrando un anticipo de un millón de dólares y con que alguna de sus novelas se filmase en Hollywood.”
Casi lo consiguió: sus novelas fueron adaptadas al cine y, en 1995, Editorial Norma adquirió los derechos de su obra por quinientos mil dólares. Pero algo cambió luego de su muerte: en 2003, Editorial Planeta compró aquellos derechos para su sello Seix Barral a sólo ciento veinte mil. En Osvaldo Soriano. Un retrato, de Eduardo Montes-Bradley (Norma), libro que recoge testimonios y busca configurar una imagen del autor, Martín Caparrós afirma: “Cuando murió se habló muchísimo de Soriano y se empezó a construir el mito. Sin embargo, no se vendieron muchos libros. Había vendido tantos libros, y en ese momento todos los medios se ocupaban de él, pero eso no hizo que la gente lo leyera más”.
Soriano construyó su leyenda gracias a su idiosincrasia: confesadas ambiciones, simpáticas manías personales, calidez y solidaridad para con sus allegados (Rodrigo Fresán, entre otros, da fe de su generosidad). Pero también relaciones polémicas y un costado popular, que encaja con su poca educación formal –por la cual, desde luego, fue criticado–, su pasión por el fútbol –era hincha fanático de San Lorenzo–, una vida noctámbula –se despertaba por la tarde y llamaba a sus amigos de madrugada para que le cuenten qué había pasado durante el día– excéntricas supersticiones felinas –creía que los gatos lo ayudaban a escribir– condimentado con un firme recelo y una consecuente agresividad para con sus detractores. La creación de sentencias literarias que se popularizaron hasta el slogan, como la del personaje que dice: “yo nunca me metí en política, siempre fui peronista” también fueron parte de su universo. Todo en el marco del gran relato setentista que tiene en el exilio su fractura más nostálgica.
Crítica y lector. Cada volumen de la última edición de su obra es acompañado de un prólogo de reconocidos autores, desde Tomás Eloy Martínez a Osvaldo Bayer. En la mayoría de los casos son escritores con los que tuvo algún tipo de relación, personal o laboral. Cada obra tiene, entonces, el aval de otra firma que se asume prestigiosa, lo que puede leerse como una operación para legitimar al best-seller en otros ámbitos.
Juan Saturain, en Osvaldo Soriano, un retrato, dice: “El Gordo tenía una relación con la literatura muy particular. Él siempre se sintió como un paracaidista en la literatura, más que paracaidista alguien que había entrado en la literatura sin pedir permiso, como con trampa, por la ventana, por la puerta del fondo; nunca se sintió un literato”. En este sentido, puede pensarse a Roberto Fontanarrosa como una versión apolítica de Soriano. ¿Quién no escuchó decir al dibujante rosarino, también amante del fútbol y la cultura popular, que se inició en la literatura por mera pasión, y que, en este sentido, está afuera del campo literario? Sin embargo, para Soriano, como para tantos otros best-sellers latinoamericanos, la indiferencia de la academia o el desdén de la crítica fue algo conflictivo. No llegó a ser feliz con la inaudita cantidad de lectores que lo seguían. Como si no pudiera aceptarse que literaturas diversas conviven gracias a públicos variados, y en ámbitos diversos, no soportó ser ignorado o maltratado por algunos. La anécdota es verídica: Charlie Feiling escribió una reseña de Una sombra ya pronto serás que decía: “Soriano es a la literatura lo que el menemismo es a la política”. A partir de ahí, el autor hizo lo imposible para que echen al escritor del diario Pagina/12. Por suerte, pronto todo se arregló entre ellos y Feiling no perdió su empleo. Pero no eran extrañas ese tipo de actitudes. En el libro de Montes-Bradley, Liliana Hecker confirma: “A Soriano no le gustaba mucho las críticas, y tomó medidas injustas contra gente que lo cuestionó. Eso no le quita mérito, era un hombre complejo, de la misma manera en que era un tipo terriblemente querible.”
Hecker publicó, en la célebre revista El ornitorrinco una reseña de No habrá más penas ni olvido. “Era una crítica bastante dura”, confesaba la escritora. “La novela toma un sector de la realidad nacional de los 70 químicamente aislada del resto. Es decir, en la novela no hay más que peronistas: peronistas buenos y peronistas malos”. La crítica posterior no se alejó demasiado de aquellas líneas interpretativas. Se acusa a la narrativa del autor de “simplista” y “superficial”. Martín Prieto, por ejemplo, sigue a María Teresa Gramuglio quien afirma que Soriano suma un capítulo más “de la eterna lucha entre los buenos (los honestos peronistas de la primera ola, la juventud) y los malos (los advenedizos, la burocracia política y sindical, las bandas armadas)”. En su reciente Breve historia de la literatura argentina, Prieto escribe: “Mantuvo vigente su pacto con el gran público a partir de una fórmula exitosa desde Triste, solitario y final, su primera textualización: temas complejos, pero reducidos a sus vectores de fuerza principales, siguiendo los lineamientos simplificantes de la alegoría. De este modo, la vastedad del país, en No habrá más penas ni olvido, es empequeñecida al tamaño de Colonia Vela, un pueblo imaginario de la provincia de Buenos Aires, y la complejidad ideológica del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronistas en los años setenta, a una satírica pelea entre un borracho preso, un loco, un comisario, el piloto de un avión fumigador y un viejo empleado municipal que convierten la novela en un episodio desprovisto de historia, política e ideología.” Vale señalar excepciones: entre sus seguidores, los hay también profesores universitarios. El año pasado, el crítico cordobés Rogelio Demarchi afirmaba, en el sinuoso artículo, Novelas marcadas: Soriano contra Puig, que la obra del primero debe leerse en diálogo con la del autor de Boquitas pintadas. Este es uno de los pocos intentos –sino el único- de un académico para reivindicar al escritor.
Estrategias textuales. “Tenía un gran talento para llegar a la gente y eso no se puede cuestionar. Sus amigos y sus lectores lo han querido mucho”, dice Hecker reiterando la idea que, palabras más, palabras menos, utilizan todos los que han criticado sus libros. Así, despliega una retórica sagaz: en un doble movimiento, efectúa una concesión -se acepta que “tenía gran talento”- y, al mismo tiempo, le quita relevancia en el campo literario -circunscribe el resultado de su “talento” a sus “lectores” o “amigos” que lo “querían”; hábilmente, sugiere que el afecto es un efecto de lectura válido en ese mismo terreno: el del vínculo. Aunque cierta, la afirmación es una maniobra retórica que logra quitar el problema -la obra- del medio de la discusión. Destinos póstumos. Habrá que rastrear las marcas que deja su figura entre los escritores de hoy; ver si su sombra se despliega o se oculta en la producción de los nuevos narradores, quienes, después de todo, recomendarán su lectura o cristalizarán su obra como un objeto fóbico de la literatura argentina para que quede en el olvido. Nuevas lecturas deberán confirmar o desmentir si las peripecias – y la perseverancia- del periodista “Osvaldo Soriano”, protagonista, junto al detective Marlowe, de Triste, solitario y final, se vuelven previsibles hacia el final del libro; si la acción sigue capturándonos aún más que los diálogos algo pretenciosos de Una sombra ya pronto serás; si sus estrategias narrativas, hoy despojadas de su referente histórico inmediato, actúan como un foco para cifrar el presente o si en las palabras de los habitantes de Colonia Vela reverberan los ecos oportunistas de una sentencia inapelable. Descubrir si sus personajes, algunos tan entrañables como se dice fue su autor, se animan a desequilibrar los contornos de una época conflictiva o se repliegan en una seducción refleja que no logra conmover fuera de aquel lugar, traicionero y frágil, en que se ampara la nostalgia.
6 comentarios:
extraño una rubiedad cómplice, dónde estarás? Leerás a Soriano en tu desierto de literatura? Queda un pedacito para él? Igual?
Los gatos son nuestros mejores amigos.
Avisá, i miss you!
la academia es un mafia
¿hay que seguirle la letra?
más: muchas cosas de las que se dicen en la academia no son luego firmadas por los responsables:
«el informe sobre ciegos es un gran texto de ernesto...»
lo dijo piglia en su seminario la ficción paranoica
recuerdo también a link, menos sutil, pidiendo que se apaguen los grabadores
que se vayan todos
y otra cosa:
mientras soriano estaba en el exilio
tu jefe fontevecchia hacía la prensa del proceso
no soy un joven k
bah
ni joven ya soy
chau
leé a dani umpi,
ése si es un fenómeno
el anonimo (que podria dar la cara) tiene razon, la academia es una mafia, como la amistad.
y...?
lo que dice el articulo (que si lleva firma, y que no esta escrito por fontevechia) es que a favor soriano, en muchos casos, faltan argumentos.
otra cosa:
me pregunto que tiene que ver dani umpi en todo esto...
¿Soriano igualado a Jorge Asís? ¿No es un poco arriesgada la comparación? Argumento a favor de Soriano escritor: muy buen narrador. ¿No están un poco podridos de leer ejercicios literarios que no dicen nada, alimento para universitarios, consumidos (porque ellos también son mercado) por intelectuales de verba rebuscada y aportes escasos? ¿Se acuerdan cuando uno leía para que nos contaran una historia (si con conflicto y resolución)? ¿Se acuerdan de esa idea de intelectual como alguien comprometido con su época, con su sociedad? Narradores (como Soriano) e intelectuales de aquellos, quedan pocos. Lástima.
Y la nota salió con el consenso de Fontevecchia, así que no jodan. Lo de Dani Umpi, es cierto. Pero está en la cresta de la ola,en la punta, ¿viste? hay que nombrarlo.
Saludos
ignatus_c@yahoo.com.ar
Uy uno que va al taller de sacomano
No voy al taller de Saccomano. Mis ingresos no dan para tanto (será de izquierda, progre o como lo llamen pero cobra como cualquier capitalista), solo me dedico a gogglear nombres de conocido y meter comentarios. Viste que esto de los blogger tiene mucho de confesionario de Gran hermano.
Saludos
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