martes

wilde y la dulce decandencia

Publicado en "La biblioteca ideal" el pasado domingo en Cultura de Perfil.

El fracaso del hedonismo absoluto

Que las masas se sienten atraídas por la desgracia de ricos y famosos no es ninguna novedad. Cuando Oscar Wilde –ya consagrado artista, hedonista supremo y poseedor de una fortuna considerable- fue condenado por cometer "actos ofensivos a la moral" (eufemismo de homosexualidad), la sociedad victoriana de clase media, escandalizada, lo festejó. Se sabe también que los amores tortuosos despiertan cierta curiosidad (y morbo); más aún si están narrados en clave autobiográfica. En 1897, en su calabozo, Wilde escribe De profundis, una extensa carta a Alfred Douglas. Comienza con un cálido "Querido Bosie", precedido por un título grave: "La tragedia de mi vida". Lo que sigue son acusaciones que parecen ser las del amante traicionado; a los reproches se suman justificaciones sobre el pasado compartido que él reinterpreta una y otra vez. La primera intención parece ser el ajuste de cuentas. "Nuestra trágica y deplorable amistad ha terminado para mí de un modo funesto (...) siento mucha tristeza al pensar en mi corazón, antes henchido de amor, está ya para siempre lleno de maldiciones, amargura y desprecio." Cumpliendo el mito del descenso a los infiernos, Wilde escenifica su propio calvario para representar, también, la reconversión: de su vida plagada de excesos al examen de conciencia que incluye reflexiones sobre el sentido del dolor y su papel en el hecho creativo. Aquí todo se vuelve más interesante: al atractivo de la tormentosa historia de amor se le suma una especie de catarsis conducida racionalmente, con el eje puesto en una suerte de teoría del arte. Según dice, una vez le comentó a André Gide que todo lo dicho por Platón y por Cristo podía trasponerse a la esfera del arte: "No sólo la íntima relación entre la personalidad de Cristo y la perfección es lo que constituye la verdadera diferencia existente entre el arte clásico y el romántico, y lo que hace aparecer a Cristo como el verdadero precursor del romanticismo".



No hay comentarios.: